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Wilfredo Montalván

El origen de nuestras revoluciones

 

Si los dictadores siguieran el consejo de Albert Einstein, Premio Nobel de Física 1921, quien sentenció: “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”, seguramente le hubieran ahorrado al mundo muchos dolores de cabeza y ellos mismos se hubieran evitado el fin trágico en que terminaron.

Porque si analizamos los anales de la historia de la humanidad, desde César hasta Hitler en Europa y en América Latina, desde Gabriel García Moreno en Ecuador hasta los Somoza en Nicaragua, todos, por su ambición desmedida han querido perpetuarse en el poder, con los resultados ya por todos conocidos. Hicieron siempre lo mismo: se creyeron amados por sus pueblos ¡pobres alucinados! Y en su afán perverso de querer imponerse a los demás, no escatimaron ninguna consideración de orden ético o humano hasta derramar la sangre preciosa de sus adversarios. Contaban con todo: poder, armas, dinero, y hasta la complicidad vergonzosa de los grandes empresarios, pero no contaban con que en lo más recóndito del alma de todo pueblo siempre está y estará presente el amor por la libertad.

Es verdad de Perogrullo lo que nos dice Santayana: “Quienes no aprenden de la historia están condenados a repetirla”. En América Latina, hay muchos ejemplos de pueblos que, ante los repetidos fraudes electorales no tuvieron más recurso que lanzarse por el escabroso camino de la guerra civil. Entre ellos vale la pena mencionar: la Revolución Mexicana, que bajo la consigna de Sufragio Efectivo y No Reelección encabezada por Francisco Madero en 1910 en contra del tirano Porfirio Díaz, logró triunfar rotundamente en todo el país. Y la Revolución del 48, que en protesta por otro fraude electoral, esta vez en Costa Rica, lideró José Figueres Ferrer, con tan óptimos resultados que hasta hoy disfrutan los costarricenses los beneficios de la paz y de la alternabilidad en el poder.

Hemos traído esto a colación, porque el inconstitucional y por lo tanto ilegítimo gobierno del señor Daniel Ortega y la corrupta camarilla que lo rodea, si por la víspera se saca el día, todo parece indicar que están montando, una vez más, el andamiaje para perpetrar en el 2016 un nuevo fraude electoral que les permita impunemente seguir usurpando y usufructuando el poder en contra de la voluntad y de los intereses de las grandes mayorías del pueblo nicaragüense. De nada han servido las apelaciones de la Conferencia Episcopal; de algunos países democráticos amigos de la Comunidad Internacional; y hasta de sus mismos socios del Cosep, para que den los pasos necesarios que permitan a nuestros compatriotas ejercer el sagrado derecho de participar en unas elecciones libres, justas y honestas; antes, durante y después del proceso; tal como se acostumbra en las naciones civilizadas.

Es un imperativo categórico de las circunstancias, comenzar a movilizar al pueblo en función de un cambio total de los actuales magistrados corruptos del Consejo Supremo Electoral, escogiendo en su lugar a personas de reconocida honorabilidad y credibilidad que estamos seguros las hay prolíficamente en todo el país. Por otro lado, hay que concienciar al pueblo de que quien le roba su derecho al voto para elegir dignamente a sus gobernantes, le está robando no solo el derecho a un futuro mejor para él y para sus hijos, sino que están atentando contra la paz, el progreso y el desarrollo de la patria de todos: Nicaragua.

Nadie es tan loco para querer más derramamiento de sangre en nuestra patria, pero la verdad es que si el actual gobierno pretende seguir usurpando el poder mediante fraudes electorales o mediante otras maniobras maquiavélicas, lo que estará haciendo es incubar una nueva revolución de catastróficas consecuencias para ellos mismos y para todo el conglomerado nacional. El autor es Secretario General de la Asociación de Nicaragüenses en el Extranjero (ANE).

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