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Mi primera bici, lenguaje del amor

La nostalgia me embarga en la Navidad al recordar el lenguaje del amor que volaba en el ambiente de mi casa cuando era niño… hace muchos, pero muchos años.

No es la primera vez que relato esta historia, porque siempre la llevo en mi corazón y me enorgullece compartirla. En algunas ocasiones en mi familia pasábamos dificultades económicas y los hijos no recibíamos regalos, pero mis padres y mis abuelos inventaban lo que fuese para darnos felicidad.

De pequeño siempre tuve una ilusión: recibir una bicicleta. Cuando acompañaba a mi mamá a hacer compras, idealizaba tener una de las que, resplandecientes, exhibían en las vitrinas de los almacenes.

Fantaseaba con recorrer las lomas del vecindario donde vivíamos en Cali, Colombia, haciendo piruetas y presumiendo a los amigos. En aquel tiempo, al acercarse la Navidad, mi vida giraba en torno a esa fantasía. No dudo que mis papás hicieron todo lo posible para complacerme, pero varias nochebuenas, como ya les dije, fueron muy pobres en la familia y ese regalo jamás llegaba.

Sin embargo, en una Navidad fui sorprendido. No era la soñada, sino un pequeño juguete de plástico que integraba la figurita del ciclista con el aparato, el cual cabía en la palma de mi mano.

Muy serio, mi papá me dijo que era mi primera bicicleta, pero que yo mismo podría conseguir, con mi esfuerzo, la verdadera. Me abrazó y sonrió con la confianza de haber cumplido su cometido. Fue un apretón amoroso, desacostumbrado en él, porque en aquellos tiempos los padres no eran dados a expresar los amores con intensidad, como sí lo es hoy. Aunque en ese momento me embargó el desencanto por recibir ese presente sencillo, al pasar los años supe que el mejor regalo que mi papá me dio en todas las navidades y en todos los cumpleaños fue esa lección.

Esforzándome, vendí mangos en la puerta de la casa, los cuales colectábamos con mi hermana Analuz en los árboles del barrio; escribía y actuaba en obras teatrales infantiles y alquilaba a los vecinos, por 20 centavos, una hoja que yo mismo redactaba con noticias locales, logrando reunir el dinero para comprar una bicicleta usada que un vecino vendía. La disfruté rememorando la simbólica bici que recibí en aquella Navidad nostálgica.

Seguramente este año para muchos será difícil por causa de la crisis económica, o porque están desempleados, o los sueldos aumentaron poco o nada o les sobrevino una enfermedad. Es probable que no les alcance el dinero para dar y darse gustos.

Ante esta realidad, les sugiero ignorar el bombardeo propagandístico de los comerciantes que lo único que pretenden es seducir a los niños para que convenzan a los padres de obsequiarles, por lo general, productos innecesarios e inútiles que después de usarlos una semana los almacenan en cajones o debajo de la cama.

Cada fin de año, los papás y las mamás se enfrentan a un dilema de cómo satisfacer a sus hijos y explicarles que, a pesar de los difíciles tiempos, el Niño Dios o el Papá Noel o los Reyes Magos, siguen siendo generosos. Entonces, deciden trabajar más duro o el doble, para estirar el dinero sacrificando otras cosas del hogar, como la comida, o se endeudan para cumplir los sueños de los pequeños.

Por experiencia sé que en las fiestas en las cuales faltan los regalos suntuosos y costosos, hay más felicidad, porque la sencillez y la compañía proporcionan tiempo para abrazarse, conversar y meditar.

Antes de dar cosas materiales, debemos obsequiar Amor, escrito con A mayúscula. Este año anuncié a mis hijos no darles regalos, sino hablarles con el lenguaje del Amor y brindarles cariño y ternura; ellos aceptaron mi propuesta con gratitud y entusiasmados.

Sé que pasaremos momentos felices celebrando el nacimiento de Jesús en Belén, porque no hay mejor Nochebuena que la que se vive plena de paz y de armonía en el hogar, sea pobre o sea rico.
El autor es periodista colombiano.
Twitter: @RaulBenoit

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