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Navidad y Año Nuevo en familia

Nada más propio que terminar y comenzar el año poniendo como centro de nuestra vida la importancia de la familia. Como decía San Juan Pablo II: “La familia es base de la sociedad y el lugar donde las personas aprenden por vez primera los valores que les guían durante toda su vida”.

Nada más propio que terminar y comenzar el año poniendo como centro de nuestra vida la importancia de la familia. Como decía San Juan Pablo II: “La familia es base de la sociedad y el lugar donde las personas aprenden por vez primera los valores que les guían durante toda su vida”.

Y como telón de fondo es bueno tener la vida de la Sagrada Familia de Nazaret (Mt.2,23; Lc.2,39). “El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él” (Lc.2,40). En esta familia, María y José, como buenos padres creyentes, siempre fueron para Jesús un ejemplo de fe: le circuncidaron según la ley judía (Lc.2,21). Le llevaron al templo y lo presentaron como a todo primogénito, ante el Señor (Lc.2,22).

Jesús era el tesoro más bello a guardar; por eso, cuando el ángel le dijo a José que se marchara a Egipto porque la vida de Jesús estaba amenazada por Herodes, tanto María como José huyen a Egipto sin importarles los inconvenientes que ello suponía. Para ellos, por encima de todo, estaba la seguridad de la vida de su hijo, su joya más preciada. (Mt.2,13-15).

De vuelta a Nazaret, tanto María como José, educaban a Jesús en los valores de la vida, tanto humanos como religiosos. Todos los años, iban a Jerusalén con motivo de la gran fiesta de la Pascua (Lc.2,41-42).

No sabemos hasta dónde eran conscientes José y María de la verdadera identidad del niño que con mimo cuidaban. Ambos se quedaban “admirados de lo que se decía” de su hijo. Simeón, al ver a Jesús niño, dijo: “Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación… Luz para iluminar a las gentes y gloria de tu pueblo Israel” (Lc.2,29-32); de la profetisa Ana “alababa a Dios y hablaba del niño a los que esperaban la redención de Jerusalén” (Lc.2,38). Cuando mayorcito Jesús se pierde y José y María le encuentran hablando con los doctores en el templo, su madre, admirada, le dice: “Hijo, ¿por qué has hecho esto? Tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando.” (Lc.2,41-50).

El hogar de Nazaret, fue una verdadera escuela no solo para Jesús, sino también para María y José. Como buenos padres tenían sus ojos fijos en ese Niño. San Lucas nos dice: “su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón” (Lc.2,51). Y de Jesús, nos dice San Lucas, que “vivía sujeto a ellos” (Lc.2,51).

Pero, como en toda familia, las cosas nunca son “color de rosa”. En todos los hogares hay momentos bellos y hay experiencias duras. Así fue también el hogar de Nazaret. Simeón le dijo a María al hablarle de su hijo Jesús: “Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y como signo de contradicción” (Lc.2,34). “A ti misma una espada te atravesará el alma” (Lc.2,35).

No es fácil construir una bella familia; crecer juntos, amar juntos, ayudarse juntos; una bella comunión cuesta. La verdad es que, cuando la familia se convierte en una verdadera escuela para padres e hijos y caminan juntos con un solo corazón, no hay cosa más bella que unos padres para sus hijos y unos hijos para sus padres. Quienes hemos tenido bellos padres y hermanos, lo sabemos por experiencia propia.

Religión y Fe año nuevo familia Navidad archivo

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