¿Qué nos deparará el 2015? ¿Será un año mejor o peor? Todos anhelamos que sea mejor; para uno mismo, para quienes nos rodean, y para nuestro país. Por tanto es normal que en vísperas de cada nuevo año reflexionemos sobre el camino o medios que pueden ayudarnos a conseguir ese anhelo.
Y es curioso, sino una feliz coincidencia, que este período de reflexión ocurra tan cerca de la Navidad. Porque esta es un acontecimiento que señala un camino muy claro y preciso, si bien uno que grandes sectores de la población han menospreciado o rechazado a través de la historia.
En el siglo XVIII y XIX, bajo el impulso del iluminismo y las ideas asociadas con la modernidad, incluyendo la de la evolución, se pensó que el hombre y la humanidad entera marchaban inexorablemente hacia su constante progreso y perfeccionamiento. No había necesidad de Dios. La meta se conseguiría a través del predominio de la razón, del rechazo a la religión, y del reino de la libertad política y económica.
Pero el siglo XX fue testigo de las guerras más destructivas e irracionales de la historia, al igual del activismo de profetas sociales que anunciaban la posibilidad de una nueva era totalmente libre de opresión e injusticias. Eran las voces de los revolucionarios; de los que decían que se iba a lograr la construcción del hombre y la sociedad nuevas a través del cambio de estructuras —lo que a su vez exigía el uso de la espada—, pues los defensores del orden viejo opresor solo podrían ser derrotados a sangre y fuego. Curiosamente un buen número de sacerdotes, religiosos y laicos cristianos, abrazaron estos credos y quisieron ver en Cristo al guerrillero o al mesías político.
Dicho siglo vio también el colapso de estas expectativas. Las utopías políticas —el marxismo en particular— no produjeron la sociedad ni el hombre ideal sino tiranías ruinosas y corruptas que dejaron una inmensa estela de destrucción. Se pensó entonces que venía una especie de “fin de la historia”, en que el sistema democrático y de libre mercado quedaría como único paradigma o modelo para asegurar la felicidad social.
Al internarnos en el siglo XXI la crisis económica del 2008, el auge del populismo y la virulencia del islamismo radical, han ensombrecido de nuevo los falsos optimismos. Pero subsisten todavía las utopías individuales; aquellas que ofrecen ya no paraísos sociales sino nirvanas personales, en los que uno encuentra realización a través del éxito económico o profesional, la dieta o el ejercicio, o una vida libre de “prejuicios” o límites morales, en que se multiplican nuestras opciones y en el que cada quien construye su propia verdad.
La Navidad, tan recientemente celebrada, desafía estas interpretaciones e interpela al hombre contemporáneo. Belén, como decía un santo, “es una cátedra”. Porque ante un mundo que reverencia la riqueza, la fuerza y el poder, presenta a un niño pobre e indefenso, que no vocifera. Ante un mundo que busca los bienes de abajo predica el valor de los bienes de arriba. Ante un mundo que valora el placer proclama la renuncia y el desprendimiento. Y luego, ante un mundo que proclama el relativismo o sus propios caminos, este niño, hecho hombre, dirá de él mismo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
El 2015 será entonces un año en que enfrentaremos el dilema de cada hombre, mujer y sociedad al iniciar su tiempo restante: ignorar o acatar esas palabras.
El autor es sociólogo. Fue ministro de Educación.
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