Al leer los relatos de la escritora nicaragüense María del Carmen Pérez nos encontramos con cierto reflejo de nosotros mismos, espejeo metropolitano que nos devuelve esa ciudad que no queremos ver.
Una imagen que rebota distante en una ciudad ajena, metrópolis que se vuelve extraña incluso para nosotros. Desamparo y aire citadino que nos invita al reconocimiento del paisaje oculto de la cotidianidad urbana. Estado de ánimo y horizonte de un entorno que ya asumimos como natural a pesar de todas las mediaciones de lo público.
La ciudad en estos relatos comparece como un protagonista más entre los muchos relatos que conforman este libro de DasKapital publicado en el segundo semestre de 2014 en Santiago de Chile.
Las historias que componen o estructuran este libro son puertas abiertas para introducirnos en emociones humanas misteriosas, inexplicables y rodeadas de esa extrañeza que se fuga de lo cotidiano.
18 RELATOS
El libro se estructura en tres partes que contienen 18 relatos, seis por cada apartado del conjunto. Publicado por la editorial chilena DasKapital, la tónica del libro nos llevará por diversas experiencias al límite de una modernidad periférica y errática.
El relato de cosita esperpento y metáfora del deseo propio y ajeno reflejado en un ser indescifrable, es parte de esa extrañeza. Lo que llama la atención de los relatos de la autora es su capacidad innata para pensar el detalle en línea directa a lo que diría Braudillard, es decir la obscenidad cotidiana convertida en detalle.
Aquel lugar mínimo se expresa donde el vértice oculto de la realidad nos hace descubrir nuevas dimensiones de lo material rebotando en simbólico, en el rito, en cierta convivencia comunitaria puesta en peligro como fragilidad.
Por otra parte, retomo aquella idea de Una ciudad de estatuas y perros, mirada extranjera en Santiago de Chile que plasma algo del paisaje urbano que maneja hábilmente la narradora.
LA HABILIDAD DE MIRAR
Con la habilidad del voyeur o del observador cauto que se aleja de la mirada que no tenemos los locales, su óptica se posa en esta curiosa ciudad repleta de monumentos y estatuas que comparecen como espectros o reflejos de una metrópolis en permanente crisis de identidad.
En ese gesto, la autora realiza una crítica velada del mundo citadino invadido por estatuas (representaciones humanas de concreto que replican la ausencia de vida y afectos). Imágenes como mapa o registro genealógico de una modernidad angustiosa, poco solidaria que nos dice ciertamente, algo más de lo que somos o definitivamente dejamos de ser.
No por nada, las estatuas van acompañadas en el paisaje urbano por perros; más cómplices que los propios humanos en una comunidad en crisis.
La autora pareciera decirnos ¿cuál es la idea de vivir así? ¿Cuál es la idea de no reconocer al otro como un igual? Afortunadamente, quienes nos salvan de ese abismo, son aquellos que la ciudad borra o deja fuera.
La mirada infantil tiene un lugar relevante en este conjunto de relatos, una complicidad que se hace cargo del horror vacui y de la violencia. En ese escenario, presenciamos el gesto endemoniado de entregar a una niña a la brutalidad del abuso en la ciudad anónima.
NIÑOS Y ANIMALES
Por otra parte, las fronteras de lo humano y no humano se desvanecen. Se desprende entonces que la humanidad no estaría en lo adulto. Hay algo más allá de lo humano. En el horizonte: lo animal y la niñez cargan el aura de una humanidad no concretada, no realizable todavía. En un primer aspecto, lo animal como residuo de lo primitivo ya dejado. Y la niñez, entendida como el proyecto de lo humano en proceso.
Los niños y los perros están en esa frontera, en la liminalidad de lo indecible, de lo ilegible por lo racionalizado del mundo adulto y violento.
Los perros como frontera de lo animal y lo humano, se vuelven señas o símbolos de un mundo más accesible, a pesar de la violencia ejercida hacia ellos. Violencia que se desnaturaliza en estos textos y que citan sin querer aquella vida biológica despojada de humanidad donde la vida es pura vida.
En ese registro recuerdo a Patas de perro, del novelista chileno Carlos Droguet, historia de un niño que nace con patas de perro y que refleja no solo el efecto castigador a los seres humanos que no integran la gramática normativa de los cuerpos, sino más bien que vuelve más evidente la monstruosidad de lo normativo que la propia diferencia en cuestión.
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