Primero Noé y ahora Éxodo . En dos golpes Hollywood se compromete a fondo con el nuevo “cine piadoso”. En los últimos años un nuevo nicho de mercado se ha definido con producciones independientes financiadas por la base cristiana fundamentalista de Estados Unidos.
Películas como Dios no está muerto (2013) y El cielo es real (2014) incluso han encontrado lugar a la par de los héroes de Marvel en la taquilla nica. Suficiente gente quiere entretenimiento que reafirme los parámetros de su fe. La nueva película de Ridley Scott —con presupuesto millonario, grandes estrellas y efectos especiales de primera— apuesta a convertir la historia bíblica en espectáculo.
Si Cecil B. DeMille estuviera vivo ahora, Los diez mandamientos se verían así. Olvídese del canasto flotando en el Nilo. La película empieza corriendo sobre la marcha, con Moisés (Christian Bale) preparándose para ir de batalla a la par de su hermano Ramsés (Joel Edgerton).
Él desconoce su verdadera identidad. Es fiel al faraón Seti (John Turturro), y acepta la esclavitud de los hebreos como el estado natural de las cosas. Todo eso cambia cuando un líder de la resistencia, Nun (Ben Kingsley), le revela su verdadero origen. Las intrigas de un virrey corrupto (Ben Mendelsohn) lo mandan al exilio, en largo camino hacia la misión divina de liberar a su pueblo.
Más que la escritura bíblica, la película depende de su fidelidad a la taquilla. El discurso debe coincidir con la interpretación imperante en la audiencia meta. Éxodo… es frustrante porque flirtea con conflictos éticos que simplemente no puede articular, porque pondrían en peligro su popularidad.
Así, los egipcios se terminan definiendo como villanos de una sola nota. La principal víctima de esto es Edgerton. La rivalidad fraternal y el desencanto que tiñe la relación con su padre son enunciados, pero no hay tiempo para explorar las sutilezas de su carácter. Tiene que ser simplemente malo. Un líder termina reducido a niño petulante. Igualmente desperdiciada es Sigourney Weaver , una inquietante presencia que pasa muda en la mayoría de sus escenas.
La relación con la historia es oportunista. Éxodo… puede ser minuciosa a la hora de recrear el estilo de vida de su tiempo. Escenarios y ropajes, todo lo material vibra con autenticidad. Pero el límite del rigor está en la raza. La película ha sido criticada por reservar sus papeles principales para actores blancos y occidentales, relegando a judíos y negros —las etnias correctas— a roles secundarios y figurantes.
El director Ridley Scott respondió con poco tacto, pero conocimiento de causa, que sería poco probable que una producción de 140 millones de dólares recuperara su presupuesto con actores desconocidos.
Algunas cosas no han cambiado desde que Charlton Heston bajó del Sinaí reconstruido en un estudio de California.
Quizás en una generación, o dos, eso ya no será un problema. Sin embargo, lo más problemático de la película es lo reaccionario de algunos estereotipos. Tome nota de cómo el virrey de Pitón es caracterizado como un afeminado caricaturesco. La película se regodea mandándolo por un despeñadero. Un médico egipcio, que trata de explicar el origen de las plagas, es ejecutado con repuntes de música pícara. No hay lugar para gays y científicos en este largo “Éxodo”, a tono con las políticas más alienantes del fundamentalismo actual.
Scott dirige con eficiencia pero sin alma, como por encargo. Sabe que le predica a los convertidos. Su mejor momento está en el tercio final, domando efectos especiales y secuencias de acción. Ojalá su próxima película sea un filme-desastre.
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