El Charlie Hebdo ya había sido atacado anteriormente. Una vez, fue reducido a cenizas de la noche a la mañana, a finales de 2011. Sus directivos, periodistas y editores eran constantemente perseguidos, por el simple hecho de ser imparciales, temerarios, atrevidos y provocativos en la crítica política y social.
Desafiaban y desesperaban a sus blancos de crítica con su cáustico sentido del humor y su “desesperante” afán de responder al puro compromiso con la libertad de expresión. Un medio de comunicación raro, donde no hay venados, ni anuncios comerciales. Un medio donde no se atenúa una información bajo amenaza de represalias o por coerción de grupos de interés.
En el Charlie Hebdo —un medio pequeño pero poderoso, político pero irreverente, provocador y con buenas intenciones— sus trabajadores se rifaban la vida al asumir la tarea de denunciar la corrupción, la negligencia y la injusticia en la sociedad francesa.
Ser parte de Charlie era, con toda certeza, convertirse en “kamikaze” de la libertad de expresión y del progreso social. Exponerse a toda consecuencia nefasta o ataque era parte inherente del trabajo y, paradójicamente, la más poderosa manera de poner en evidencia los cánceres de la sociedad.
Este atentado a Charlie Hebdo está sacudiendo a Francia desde sus cimientos, por su crueldad y por la facilidad con que ocurrió. Masivamente indignados y heridos, los franceses y francesas lo han sentido como si el atentado hubiese tocado a cada individuo en su propia casa y en su propia carne.
Francia ya no será la misma, y será con certeza menos tolerante ante la ineficacia de sus gobiernos y su incapacidad de controlar y erradicar el fundamentalismo. El mal está adentro y los reclutas del islam fundamentalista van y vienen para entrenarse en Siria, Afganistán, Argelia o Irán. Se crean células de planificación de atentados. Se seduce a jóvenes inmigrantes de sectores marginalizados para que constituyan una masa social que reivindique al fundamentalismo y que lo difunda, motivados por el odio hacia una sociedad francesa que los discrimina y estigmatiza.
A raíz del atentado, el lema en Francia ha sido “Yo soy Charlie”, justamente porque la fragilidad de la libertad de expresión nos concierne a todas y todos. Nos afecta y nos llama a defenderla. Todos somos Charlie.
En Nicaragua, los Charlies son los hombres y mujeres intrépidos que denuncian los abusos. Los Charlies se resienten ante lo injusto y se oponen, cada quien a su manera. Charlie es quien se opone a la expropiación y a la corrupción. Charlie no solo es periodista. Puede ser el campesino o campesina que deja su rancho para salir a protestar con nada más que una pancarta y un palo en mano. Charlie son quienes se atreven a dar la cara y denunciar al Gobierno luego de haber sido detenidos arbitrariamente, secuestrados y torturados por razón de sus opiniones y posiciones.
Charlie somos todos, porque construir una sociedad justa y libre depende en primer lugar de nuestra honestidad, de nuestra reactividad pero sobre todo de nuestro sacrificio.
Yo soy Charlie, todos somos Charlies. Y Charlie está divinamente condenado, como el Ave Fénix, a renacer de las cenizas. No cabe duda de que ahora Charlie Hebdo renacerá de nuevo y con más fuerza que nunca.
Rindo homenaje a los mártires franceses del Charlie Hebdo, quienes se sacrificaron defendiendo la libertad de expresión y trabajando por una sociedad más segura, justa y sana.
La autora es Comunicadora Social, residió ocho años en Francia.