El atentado cometido en la redacción del semanario francés Charlie Hebdo es un asalto contra la libertad de prensa y expresión, pilares fundamentales de la democracia. El hecho ha merecido el repudio con los perpetradores y solidaridad con las víctimas.
El artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos explica con claridad el derecho que tenemos de expresar nuestras ideas y pensamientos usando cualquier medio de difusión y sin interferencias. Vulnerar este derecho con violencia representa un hecho grave e inadmisible, que no debe dejarnos indiferentes.
La palabra y la imagen no solo son vehículos importantes que tenemos los periodistas para defendernos de los radicalismos, también son medios de crítica libre y puentes de diálogo entre diferentes culturas y formas de pensamiento.
Al margen de si estamos o no de acuerdo con el contenido publicado por este semanario, nada, absolutamente nada justifica este execrable crimen. En ese sentido, debemos mostrar nuestro rechazo absoluto hacia los fundamentalistas, que en nombre de la religión cometen atrocidades y vulneran los principios más elementales de la vida humana.
Es importante salvar la distancia que hay entre quienes profesan la religión musulmana de forma pacífica y los terroristas, que escudados en el radicalismo usan la violencia como medio para lograr sus objetivos.
Pese a la irreparable pérdida del equipo de Charlie Hebdo, es saludable la noticia sobre la publicación de dicho semanario esta semana, así como gestos que devuelven la esperanza, como el de Google, que donará 250 mil euros para lanzar una edición extraordinaria de un millón de ejemplares.
Una revista satírica, como Charlie Hebdo, es por naturaleza mordaz, áspera, aguda y picante. Mediante sus caricaturas tiene el derecho legítimo de poner en ridículo al objeto de su crítica. La sátira es una forma de ejercer la libertad de expresión.
En una sociedad civilizada y democrática como la nuestra esto no debiera llamar la atención, pues se trata de un medio periodístico que usa el humor ácido para difundir sus opiniones o puntos de vista.
Por eso, este hecho no solo enluta a Francia sino al mundo entero. Indignación y tristeza se mezclan en los rostros de los miles de ciudadanos en varios países que no dudaron en hacer sentir su voz de protesta en las calles y en las redes sociales.
Cuando un ciudadano en el mundo muestra un cartel en el pecho con la frase: “Je sui Charlie”, está solidarizándose con las víctimas y defendiendo el derecho que tenemos a expresar libremente nuestras opiniones.
Ante ello, la comunidad internacional y todos los ciudadanos del mundo debemos unirnos para condenar esta masacre y seguir ejerciendo nuestro derecho a expresarnos, pues nadie tiene la prerrogativa de silenciarnos.
La libertad de expresión es un derecho inalienable que debemos salir a defender sin temor, usando todas las herramientas de la democracia. Debemos estar alertas para no claudicar ante nuestros principios y evitar que el terrorismo nos haga creer que vivimos en una sociedad del miedo.
Asesinar a un periodista es silenciar la libertad de expresión. Sin periodismo libre no hay democracia. Matar a un caricaturista es la peor forma de censura. Pese a las amenazas de ciertos grupos violentos, jamás se quebrará el lápiz con el que se retrata la realidad.
El autor es periodista
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