¿Son peligrosas las convicciones religiosas? Eso al menos parecen sostener numerosos escritores que han comentado el atentado terrorista en Francia, entre ellos amigos entrañables como Pedro Joaquín Chamorro y Carlos Alberto Montaner, o columnistas como Raúl Benoit.
“El peor de los fanatismos”, nos dicen, es el religioso, “porque se basa en certezas absolutas”. Explica Montaner: “Cuando alguien está seguro de que tiene a Dios de su lado no le tiembla el pulso”. En respaldo de su tesis estos autores desempolvan barbaries cometidas por cristianos. Típicamente mencionan, sin matizar sus contextos, las cruzadas y la inquisición.
¿Cuál es el antídoto entonces? Para Montaner la repuesta es el secularismo ateo o el espíritu de la ilustración. Por eso clama que vuelva Voltaire. Para otros es el relativismo: evitar las convicciones fuertes o profundas partiendo de la creencia —paradójicamente abrazada con total certeza— de que no hay verdades absolutas; de que todo depende del ángulo con que se miren las cosas; que cada cual tiene que encontrar su propia verdad, sin pretender aplicarla a todos.
Parecen opiniones razonables. En verdad, en siglos pasados algunos identificados como seguidores de Cristo mataron en su nombre. Pero los últimos tiempos muestran, sin ninguna duda, que las peores atrocidades de la historia no han provenido de convicciones religiosas sino de creencias ateas. Ni a Stalin, ni a Hitler, ni a Mao les temblaba el pulso a la hora de asesinar millones, y no porque creyeran en Dios, sino porque sus ideologías deshumanizantes los llevaban a categorizar a clases o razas enteras como cucarachas dignas de exterminio.
Y lo paradójico con las ideas de la ilustración, es que si bien proclamaban el racionalismo, la tolerancia y la libertad, desembocaron en una revolución —la francesa— que en su primer año decapitó cinco veces más gentes que la inquisición en tres siglos de historia. Y fue precisamente la ilustrada y secular Europa la que en pleno siglo XX protagonizó dos guerras mundiales que superaron por mucho las barbaries medievales.
Algo que emerge del análisis histórico es que lo que hace peligrosa una creencia no es la firmeza o convicción con que se profesa, sino el contenido de la misma. Hay ideas que siembran odio y muerte. Como el marxismo-leninismo o el nazismo. Pero hay otras que humanizan, como el cristianismo.
Hoy, precisamente, se celebra el día de Martin Luther King, el gran defensor negro de los derechos civiles. King era un hombre de fortísimas convicciones, pero al igual que lo fue Gandhi, su fe en los valores evangélicos lo llevaron a practicar la “no violencia activa”.
Es cierto que en nombre de Cristo se han cometido crímenes. Pero han sucedido a pesar o en contradicción con su doctrina, por fallas exclusivamente atribuibles a sus frágiles seguidores. Porque su evangelio es una prédica sin fisuras a favor del amor, el perdón y la paz. Distinto es el caso del Corán. Cuando un musulmán mata en nombre de Alá no contradice su libro sagrado. Porque en este abundan los llamados a matar al infiel. Lo mismo cuando un comunista mata a un burgués: su ideología niega el valor intrínseco de la persona humana y justifica exterminar la clase opresora.
El relativista, por su parte, rehusando las convicciones avala el genocidio de los niños por nacer, en nombre de tolerar “opciones personales”. O lleva a la indefensión, pues quien no está dispuesto a morir por sus principios difícilmente detendrá a quien lo está. Lo que el mundo necesita no son personas sin convicciones, sino hombres y mujeres con convicciones buenas y fuertes.
El autor es sociólogo. Fue ministro de Educación.
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