Mientras Rubén Darío daba el pistoletazo de salida del Modernismo a mediados del año 1888 y Ludvig Nobel moría en Cannes, Francia, un descuidado periodista francés confundiendo a Ludvig —fabricante de armas— con su hermano menor, el inventor de la dinamita, le dedicó un obituario en el que le definió como el “Comerciante de la Muerte”. Gracias a aquel colosal error, Alfred Nobel, también creador de los prestigiosos premios Nobel, tuvo la oportunidad de conocer en vida —cosa que no es habitual— lo que se pensaba y decía de su explosivo legado. Así, según el libro The secret museum , de Molly Olfield, el artículo provocó un cambio drástico en la mentalidad del químico que quiso cambiar su imagen antes de que fuera demasiado tarde, consciente, en parte, de que una gran porción de su fortuna se la debía a su destructivo invento.
En diferentes circunstancias, la cruenta lucha contra las ideas e imposiciones de corte dictatorial del orteguismo, le ha permitido disfrutar, a Daniel Ortega, del privilegio que tuvo Alfred Nobel de saber en vida lo que se dirá de él después de muerto.
Y es que pudiéramos llenar todas las páginas de este rotativo en letras menudas y aún así no agotaríamos el tema del nefasto legado danielista que excede cómodamente la ignominia. Curiosamente, nada define mejor a Ortega que aquella manta que portaban, el 8 de octubre del 2014, los humildes campesinos del poblado de La Unión en Nueva Guinea, donde a manera de lápida decía: “Ortega dictador y vende patria”. Otras pintas, con similares contenidos, aparecían en la ciudad de Rivas pero luego el ayuntamiento de degenerada afiliación orteguista se apresuraba a censurarlas, mandó a sus empleados a borrarlas.
Y es que Ortega a fuerza de fraude nos ha impuesto su tiránico gobierno y a golpe de culata y crujir de celdas sus infames ideas. Sabemos que tiene contemplaciones nada más para él y su familia pero jamás para los demás. Con esta talla, a Ortega no le queda otra ropa que no sea la de dictador, absolutista y tirano perfecto que lleva otra vez a su pueblo a una lucha fratricida, a otra guerra civil, la del Caín que mata a su propio hermano en aras de imponer brutalmente sus mezquinos intereses. Ortega ha hecho perder hasta la razón más inherente de los intelectuales más potentes, pero, a costa de que en los pasillos por donde estos transitan se le llamen el Putin de América, precioso zar de Nicaragua.
Y es que la corte de este monarca, que ha sido corrupto en todas las etapas de su vida, es una vecindad de poderes subyugados a sus voluntades de autócrata. Los poderes del Estado nicaragüense son menos que basura ante su inquebrantable voluntad. Pero ahora que Ortega vive y reina sus súbditos le adulan hasta la más refinada idolatría, luego, tras su deceso, porque no es eterno, ellos mismos le difamarán y despreciarán y les será objeto de los más fieros señalamientos recordándole como el tirano vende patria que creó un Estado chino dentro del Estado nicaragüense. Y su generación será proscrita de este país como lo son ahora la familia del dictador anterior, Tacho Somoza.
Hoy sabemos que el nacimiento de los Premios Nobel es la historia de un error periodístico y de un ataque de descarnado remordimiento, como también sabemos que la historia fulminará a Ortega cuando esta le llame a juicio. Como le dirían los antiguos romanos, Ortega, recuerda que somos mortales.
El autor es profesor de Secundaria.
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