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El espectáculo barato de circos nacionales se convierte en la única opción de recreación de muchos barrios capitalinos. LA PRENSA/ A. MORALES

Alegría nómada de barrios

César Blandón, payaso e hijo del propietario del Galaxia, cuenta que en la Máximo han estado poco más de dos meses. Dice que les ha ido bien aquí. Que el barrio es muy sano y la gente muy tranquila.

Antes de que el circo Galaxia abra el telón y los payasos Ratonini y Cesarín salgan al ruedo a desternillar de la risa a unos cuantos adolescentes, quienes se concentran debajo de la carpa que se extendió desde hace un par de meses en un predio de la colonia capitalina Máximo Jerez, el barrio luce iluminado y tranquilo.

Después de las 6:00 de la tarde, racimos de chavalos se juntan en las aceras del parque del barrio.

En uno de sus extremos, frente a la casa comunal, un grupo de adultos ocupan varias hileras de sillas plásticas mientras escuchan a otro que está de pie y habla con un micrófono en la mano. Desde el otro lado de la calle principal, pareciera que se celebra un culto, pero en realidad es una reunión del Comité de Liderazgo Sandinista (CLS), reunido para tratar distintos temas. Los líderes anuncian que se hará un nuevo censo para repartir los paquetes de ayuda a los más necesitados: ancianos que viven solos y a mujeres jefas de hogar. “Que llegue a los que de verdad lo necesitan”, grita una legendaria líder del barrio, a la que todos saludan y aplauden. Una enfermera, quien se encarga de velar por los temas de violencia, anuncia que en este barrio, de unos tres mil habitantes, no se han presentado casos de violencia dentro de los hogares. “Este debe ser el primer barrio libre de violencia de Managua”, grita la mujer satisfecha, mientras se acomoda los lentes.

Después de las 7:00 de la noche, las voces de los dirigentes son apocadas por los reguetones que expulsa la carpa del circo Galaxia para llamar la atención y avisar que ya está abierta la venta de boletos a 20, 15 y 10 pesos.

LARGA VIDA AL CIRCO

César Blandón, payaso e hijo del propietario del Galaxia, cuenta que en la Máximo han estado poco más de dos meses. Dice que les ha ido bien aquí. Que el barrio es muy sano y la gente muy tranquila. Que desde que llegaron han hecho funciones casi todas las noches, y el público ha abarrotado las gradas. Que viene gente del barrio La Luz, del México, y de la misma Máximo Jerez,

Alida Baca ha venido a varias funciones con sus hijas. “Vengo por traer a las chavalas, pero también uno se distrae”, dice Alida.

“Le da alegría al barrio. Es algo diferente a las novelas que pasa la televisión”, dice Alida sobre el circo.

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Es algo diferente. El Galaxia rompe la monotonía del barrio, cree César Blandón.

Este circo antes ha pasado por barrios de la capital, y no de todos se van con buenos recuerdos. En algunos los han apedreado pandilleros, los han intentado asaltar. Más de una vez César junto a sus hermanos menores, también payasos, han salido a defender los bienes del circo.

“En el Georgino (Andrade) nos apedrearon los pandilleros”, dice César, un hombre bajito al que también le dicen “Chele” porque es blanco y pelo castaño.

En el circo trabajan alrededor de 16 personas, entre payasos, malabaristas y bailarinas. La mayoría son familia.

En este circo predominan dos familias: los Blandón y los Ponce.

En el caso de los Ponce, son las hijas adolescentes las que hacen números con el hula hula, y la más pequeña, de unos 9 años, sale con una perra al escenario que da vueltas a su alrededor. Dicen los artistas que es prácticamente un juego que entabla la niña con la perrita y que apenas dura un par de minutos.

Otros circos como el Zuary, que hace poco estuvo en Dolores, Carazo, para las fiestas de Diriamba, antes estuvo en Praderas del Doral, por el Mayoreo, cobrando hasta 70 córdobas por noche. En el Zuary hay caballos y avestruces.

Aunque la Ley 747 para la protección y bienestar animal no prohíbe los animales, en el circo, algunas carpas como el Roxy no incluyen números con animales en su repertorio. Algunos artistas circenses dicen que esa es una tendencia en los circos nacionales: menos animales y más participación de los artistas.

TRADICIÓN DE PAYASOS

Esta noche de martes, el número de la niña y la perra no está incluido en el repertorio. Cuando la arena se ilumina aparecen unas adolescentes al escenario. Son hijas de César Blandón, el propietario, y una de ellas, con apoyo del propio Blandón, sube hacia el centro de la carpa jalada por una cuerda. Se oyen aplausos desganados de unas 50 personas. Tras un par de subidas más aparecen dos de los hermanos Blandón vestidos de payaso. Aunque algunos de sus chistes apenas se entienden, el público es más desprendido con las palmas.

Los primeros días, cuando el Galaxia era novedad, cobraban por función hasta 40 córdobas, pero en el transcurso de las semanas, en la medida que el público ha ido disminuyendo, el precio también.

“Hoy tenemos promoción: los adultos 20 en sillas y los niños a 10”, dice César, al que varios adolescentes pasan tocando y llamándolo por su nombre en el redondel: “Cesarín”.

A pesar de la promoción llega poco público. Es una señal de que toca desmontar la carpa y largarse a otra parte. La alegría ha menguado y toca buscarla en otra parte. No están muy seguros de dónde irán. Para no repetir están sondeando a otros circos por dónde andan. Tienen que buscar una plaza que no esté “quemada”.

Saben que si van a un barrio donde acaba de pasar otra carpa, no tendrán mucho éxito. También preguntan por la seguridad de los lugares. Todos estos pequeños circos que deambulan por barrios y pueblos están conectados entre sí. Muchos se intercambian a los artistas. “En este mundo artístico todos nos conocemos. Funciona como una gran familia”, dice Blandón antes de perderse y ponerse la peluca afro celeste que lo convierte en “Cesarín”.

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