El escritor griego Takis Theodoropoulos ha escrito un artículo para The New York Times, en el cual advierte que Grecia podría perder su identidad griega y europea y convertirse en un estado fallido.
Según Theodoropoulos, si el gobierno de Syriza —el partido populista de izquierda que acaba de tomar el poder en Grecia— cumple las políticas que ofreció a sus electores, el conflicto con la Unión Europea sería inevitable y la medicina resultaría peor que la enfermedad. En ese caso, dice el autor griego, a Syriza y al primer ministro Alexis Tsipras les podría ocurrir lo que al mítico rey Edipo, quien por intentar salvar a Tebas, su ciudad, de la maldición de Apolo, causó la extinción de su familia y su estirpe.
Apolo es el dios más importante de la mitología griega, después de Zeus. Representa la luz del sol y por eso es ardiente enemigo de crímenes tenebrosos como el parricidio, el incesto y la pedofilia, a los que castiga duramente. Su poder lo hace sentir por medio de su oráculo que sentencia el futuro, lo mismo que mediante su maldición que castiga a quienes cometen los crímenes que más le repugnan. A quien cae la maldición de Apolo está condenado a que su familia y estirpe desaparezcan de manera violenta.
Eso fue lo que le ocurrió Edipo y la historia es así: Por ser menor de edad, Layo, el padre de Edipo, es despojado del trono de Tebas por sus primos. Layo huye a Olimpia donde es acogido por el rey Pélope, quien le confía a su hijo menor, Crisipo, para que lo entrene en el arte ecuestre. Pero Layo viola a Crisipo y por la vergüenza el niño se quita la vida. Y entonces Pélope lanza contra Layo la maldición de Apolo.
Layo regresa a Tebas, recupera el trono y se casa con Yocasta. Pero no pueden tener hijos. Consulta al oráculo de Apolo y este le dice que tendrá un hijo que matará a su padre y se casará con su madre. Layo oculta a Yocasta el vaticinio del oráculo y decide no tener más relaciones sexuales con ella. Pero una noche, estando ebrio yace con su mujer quien queda embarazada.
Nace un varoncito a quien Layo perfora los pies y ordena que lo lleven al monte Citerón y lo dejen abandonado allí para que lo devoren las fieras. Pero el bebé es rescatado por unos pastores de Corinto que lo llevan a la ciudad, donde el rey Pólibo y lo acoge, lo llama Edipo (que significa “pies hinchados”) y lo cría como si fuera su hijo.
Pasa el tiempo. Edipo duda de su origen y consulta al oráculo que solo le dice: “matarás a tu padre y te casarás con tu madre”. Aterrorizado, Edipo decide no regresar a Corinto a fin de que no se cumpla el terrible vaticinio. Va sin rumbo y en el camino encuentra un carruaje que casi lo atropella. Furioso, pelea con los tres hombres que van en el vehículo, mata a dos de ellos y el tercero se escapa.
Cerca de la ciudad de Tebas, Edipo topa con la Esfinge, un monstruo que está al acecho sobre una gran roca y hace una pregunta enigmática a los viajeros, que si no la descifran los devora. Pregunta la Esfinge a Edipo qué animal camina al amanecer en cuatro patas, en el día en dos y por la noche en tres, pero, a diferencia de los demás animales entre menos patas usa para caminar más rápido lo hace. Es el hombre, responde Edipo, que al nacer gatea, siendo adulto camina normalmente y al envejecer se ayuda con un bastón. Furiosa por haber sido vencida, la Esfinge se arroja de la roca y muere. Al desaparecer el monstruo que aterrorizaba a la ciudad y sabiendo los tebanos que su rey ha muerto, coronan a su salvador y lo casan con Yocasta, la reina, quien no sabe que Edipo es su hijo ni este que ella es su madre.
Pasa el tiempo, una peste arrasa la ciudad. Un adivino dice a Edipo que es una maldición divina porque el asesino de Layo está en Tebas y mientras no se haga justicia la plaga no cesará. Edipo quiere salvar su ciudad, investiga, encuentra al sobreviviente del pleito en el cual murió Layo y descubre la verdad. Enloquecido, Edipo se saca los ojos con un alfiler, Yocasta se ahorca, y sus dos hijos varones, Etéocles y Polinice, se matan entre ellos luchando por el poder.
Antígona, una de las hijas mujeres de Edipo y Yocasta es enterrada viva porque desafía una orden del rey sucesor, Creonte, y la otra hija, Ismene, también muere de manera violenta. Ninguno de ellos tuvo hijos. La estirpe de Edipo desaparece. La maldición de Apolo se ha cumplido.
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