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Con tapones en los oídos, lentes ante sus ojos y escopeta en mano, apunta un cazador. No escucha nada. No ve otro sitio más que el cielo. Vuelan palomas. Son bandadas. Carga y ¡pum! dispara. Nada cae. “¿Yo? Yo soy leonés”, dice, y se interrumpe con su silencio. Alza la vista al cielo, define la trayectoria, pone su dedo en el gatillo, carga y ¡pum! dispara de nuevo. “Leonés de pura cepa”, termina su frase, Camilo Fernández Gurdián, casi de 75 años.
— Vamos Jack, busca. Busque, busque Jack — le grita a su perro, un pointer pelaje café con puntos blancos, que salta, corre y jadea.
Después de su búsqueda el perro regresa, paloma en hocico. Es una “aliblanca”. La tira al suelo unos pasos antes de llegar donde está su dueño.
—¡Good boy!— le recompensa Fernández, quejándose un poco porque no la entrega en sus manos.
“Aún le falta entrenamiento…. Uhh, yo aprendí a cazar desde muy niñ…” Calla de nuevo. Dispara varias veces. No logra acertar ninguna. “Pero ya ves, todavía no sé bien”. Sonríe y dispara otra vez. “¡Jodido!” Suena otro disparo. Es que yo vengo aquí a ver trabajar a mi perro, es lo que más me gusta. Pero yo cazo desde niño”, continúa.
Don Camilo caza palomas, patos, venados, saínos, cuando no está trabajando como presidente de su empresa. No mata leones, tigrillos, ni cusucos. “Ningún animal que no vaya (yo) a comerme”, comenta.
Empezó a tirar a los 8 años. Salía para el monte con su papá, tíos, abuelos. Toda la familia. En todo Nicaragua. Y en su vida de cazador, obligado a hacer un recuento, puede contar unos cincuenta venados cazados en giras de grupo. Esta es la “tirada”, más reciente, en Los Brasiles, donde hay cultivos de sorgo y maní.
Él es uno de los casi doscientos cazadores organizados con los que cuenta la Federación Nicaragüense de Caza y Pesca Deportiva (Fenicaped). Practica la caza deportiva y considera su afición muy lejana a la que hacen miles de cazadores furtivos, que según él, son generalmente campesinos o buscadores de pieles y animales exóticos y quienes, considera, han acabado con las especies silvestres. Con él y sus perros llegaron a ese campo, donde ya las pacas de sorgo se empiezan a recoger, unas siete personas más, entre ellos tres cazadores de experiencia y cuatro recogedores.
Todos cargan su arma y sus balas. “Hay quienes piensan que esto es un asesinato. La cacería es un deporte de reyes, la humanidad la ha hecho todo el tiempo. Sin embargo, pues, hay gente que solo dice ¡pobrecita la palomita! Pero no dicen nada cuando matan a la vaca, el chompipe, las gallinas. ¿Y entonces? ¡Pobrecitos ellos! Esto es cuestión de gustos. A nosotros nos divierte la cacería, nos gusta y la practicamos cuando podemos”, asegura el cazador.
Pasión por las armas
Más allá del campo o las siembras, Salvador Luna, en su oficina, recuerda cuando tenía 4 años y ya su padre le enseñaba a tirar. Se acuerda muy bien el tamaño, aspecto y calibre de cada una de las armas de su papá. Rifles y pistolas. Su primer trabajo a esa edad era marcar con un crayón los huecos que hacían con buena puntería el doctor Luna Mayorga (q.e.p.d.) en blancos de madera, para que no se mezclaran unos disparos y otros.
Un día, cuando ambos estaban en su casa, cerca del Colegio Bautista de la vieja Managua, el doctor Luna Mayorga puso al pequeño Salvador en sus rodillas y finalmente le enseñó a disparar. “Yo estaba feliz”, recuerda. A los 8 años, mientras hacía sus tareas, en las tardes y sobre la mesa, a un lado de sus cuadernos y lápices, el pequeño Salvador, tenía listo su rifle de balines, cargado. Esperaba atento a los ratones que salían de un almacén de tejas. Les ponía queso y cuando salían “¡plá! me los volteaba”, comenta. Ahora Luna es propietario de un polígono y una tienda de armas, donde también se relaciona con infinidad de cazadores.
Según Luna, la cacería es un arraigo tanto social como familiar que no entiende de tiempo. Y sigue practicándose, aunque en menor cantidad, en las sociedades actuales. “No a todo mundo le gusta. Hay que tener mucho empeño, soportar piquetes de zancudos, la incomodidad del monte, subir cerros. Pero todo eso se sacrifica por una pieza”, señala don Salvador, quien aunque ya dejó sus días de cacería y ahora solamente se dedica a tirar al blanco, quiere seguir la tradición que le heredó su padre con su nieto de 4 años, quien ya a esa edad maneja bastante bien el “arte de disparar”.
Para explicar su punto de vista, Luna muestra un vídeo. Se observa a un pequeño cargando su rifle. “Lo estoy entrenando. Hasta a contar le enseño con los tiros”, ríe. “Esto requiere coordinación, no es tan simple. Yo le ayudo y le explico que la varilla regresa con fuerza y que debe tener cuidado”, cuenta el tirador. El pequeño se observa feliz y al tener listos los tiros grita emocionado ¡ya estoy listo! “Él es disciplinado, no se mueve, no camina, siempre con sus orejeras. Se le acomoda el rifle en una almohada. Se le dice cómo es la mira y el muchachito dispara. Uno, dos, tres cuatro, caen los blancos al suelo. Y goza su abuelo. “Cualquiera que vea esto dirá qué bárbaro, pero nosotros conservamos la tradición”, comenta.
Práctica polémica
De algo están seguros los cazadores: no son bien vistos por la mayor parte de la población. “Yo creo que nosotros tenemos en contra el 99.9 por ciento de la gente, definitivamente, pero es porque no conocen o porque siguen al que están criticando y se van a las redes sociales a escribir cualquier estupidez”, comenta Camilo Fernández.
A lo que se refiere el cazador es al episodio que puso en el radar de estos días a los cazadores deportivos, cuando la turoperadora Extreme Nicaragua Adventures publicó en una red social la foto: “Dos extranjeros y decenas de palomas en el suelo”, algo que de inmediato generó reacciones negativas de este rubro, que se conoce como “turismo cinegético”. Uno de los primeros en reaccionar fue el doctor Enrique Rimbaud, veterinario y presidente de Fundación A.Mar.Te., quien tiene años de luchar contra el maltrato animal en Nicaragua, donde reside, desde que se mudó de su natal Uruguay. “La cacería en Nicaragua es ilegal”, insiste Rimbaud.
La principal preocupación de este veterinario y ambientalista alrededor de esta práctica y por la que solicitó el cese de la oferta de caza por turoperadoras ante el Marena es la depredación de las especies. “Nosotros lo vemos mal como ambientalistas, como ciudadanos, y desde todo punto de vista. Además que esa gente vienen acá y matan 300 o 400 aves por día sin ningún tipo de autorización. Nicaragua es un país bellísimo, tiene todo para venderse y no tiene que hacerlo por depredación deportiva, matan por matar, por diversión”, sentencia Rimbaud.
Eloy León es otro cazador, costarricense radicado en Nicaragua, quien por su parte considera que el tema de la cacería no se debe satanizar. “Porque es como la gente que le gusta el pollo, bailar, etc. Si gustos no hubieran, en las tiendas no se vendiera”, dice. “Todas las personas tenemos derecho a que nos gusten distintas cosas, agrega. El que a otras personas no les guste que yo sea cazador, no significa que yo deba ser monedita de oro”.
Él es presidente del Club de Caza Wing Hunters, dedicado a cazar aves migratorias, creada formalmente en 2012 y que cuenta con unos 63 miembros, la mayoría empresarios. Las aves que ellos tiran, según indican, son consideradas como plagas en los sembradíos. Entonces utilizan su afición también como una forma de control, argumentan. Salen entre semana o fines de semana, generalmente a los campos de siembra alrededor de Managua, en grupos de cuatro o cinco cazadores, todos con rifle en mano, pues de acuerdo con León estas palomas pueden llegar a comerse hasta el 15 por ciento de la producción y a veces no se dan abasto para ir a todos los sectores de producción que les llaman solicitándoles sus tiros certeros.
“Creemos (que) él (Rimbaud) se ha extralimitado, ha hecho un drama completo por sesenta palomas que estaban en el suelo. En Nicaragua un promedio de 700 u 800 extranjeros, más los 63 nacionales, se dedican a cazar aves. Todos ellos se reportan en la Policía, donde obtienen un permiso de licencia de cacería deportiva y por sus armas de fuego. Si nos comparamos con países como Argentina y Uruguay, de donde es él, y en cuyas poblaciones de cazadores son extremadamente grandes, podría haber una afectación, pero en Nicaragua aunque aún no haya esa cantidad excesiva de aves, son ellas (palomas) más bien las que le hacen un daño a las producciones”, asegura León.
León añade que las palomas que emigran del Norte, principalmente de Estados Unidos y patos que viajan desde Canadá, son millones. “Las aves migratorias no nacen ni se reproducen en Nicaragua. Quienes deben regularlo, son los países donde son originarias, en caso que vieran una reducción dramática de esta población, que no la hay”, comenta el cazador, quien cita cifras de la página duck unlimited, que sitúa el número de migraciones de aves norteamericanas, entre 7.9 de zarcetas (patos pequeños) y 8.2 millones palomas. “Es mentira que un tirador va a matar 300 palomas o patos al día, como dice el doctor Rimbaud. Si el promedio de un buen tirador es de 13 por ciento, es decir de cada cien tiros 13 palomas. Según nuestros cálculos no llegamos ni a 200 mil palomas y 100 mil patos anuales, eso no hace ningún impacto negativo en los millones de especies que hay”, sostiene León.
Sin embargo, el doctor Rimbaud reitera que estos cazadores norteamericanos vienen porque en su país la caza está en veda. “En Estados Unidos solo permiten seis patos por temporada, y acá matan grandes cantidades. Y si vemos las fotos, no están en sectores de cultivo, sino en bañados, pasconales, humedales y siembras de caña de azúcar”, dice el veterinario quien considera la práctica un “biocidio” y asegura que es sancionado por el Código Penal y por la Ley 747 de Bienestar y Protección Animal. Y además, el veterinario recalca el hecho de que el Ministerio del Ambiente y los Recursos Naturales (Marena) publicó en 2011 un decreto ministerial que planteaba que toda la cacería es ilegal y que se levantaban todos los calendarios cinegéticos y de cacería deportiva en Nicaragua. “Ellos mismos (Marena) me confirmaron que nunca dieron una licencia para cazar en este país”.
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Eloy León, sin embargo, porta aún en su billetera la licencia de caza que le otorgó el Marena y que se venció en el 2008 y nunca pudo renovar. Y además asegura que “la Ley tiene mayor rango que cualquier decreto, y por lo tanto, al ser una Ley los cazadores tenemos derechos”, menciona.
Entre el fuego cruzado
Fabio Buitrago, biólogo y ecologista, asegura, por su parte, que no se puede decir que la cacería es una actividad que por sí sola sea dañina “ni tampoco podemos decir son malos los cazadores”. Sin embargo, para un país como Nicaragua el reto es grande, porque no hay información ni capacidad que pueda sustentar esta práctica en la actualidad, de acuerdo con el especialista, que aclara que se pueden aprovechar ciertos tipos de especies ya sea que tengan una tasa de reproducción acelerada o que tengan gran gama de alimentación o que se puedan recuperar fácilmente en caso que hubiese una sobrecaza, como ese hace en otros países.
Para eso, según Buitrago, el país debería tener información científica que sustente qué especies se pueden cazar, el tamaño de las poblaciones, a qué velocidad se reproducen, cómo es su rango de distribución, adónde están, adónde estaban y cómo se van reduciendo o ampliando. “Falta un trabajo de investigación, que nos permita decir dónde, cuándo y cuáles especies son sujetas de cacería”, dice Buitrago. “Mi punto en relación a esto no es que la cacería es mala per se, hay lugares donde se aprovecha y genera muchísimos beneficios económicos para cada país. Yo no digo que esté a favor, pero tampoco estoy en contra. ¿Se puede realizar en Nicaragua ahora? No. Porque no tenemos información que la sustente ni capacidad de regulación”.
Jeffrey McCrary, también biólogo, es uno de los asesores que tiene la Federación Nicaragüense de Caza y Pesca Deportiva, quien se pasó los últimos diez días exponiendo en un documento artículos y argumentos que avalan la práctica de cacería en Nicaragua. Según él hay tres grupos importantes de cazadores. Un grupo de personas organizadas, generalmente personas de clase media o alta, con un poder adquisitivo alto, que están asociados en clubes o gente agropecuaria, el segmento de los que trabajan con turistas, que son personas extranjeras que vienen al país y cazan por afición. Y el tercer grupo es el campesinado pobre, que por lo general es tal vez, quien caza ya sea con armas o con otros utensilios que tengan a mano, “y este grupo ha eliminado la fauna nacional en varias regiones. Para ellos animal visto es animal muerto”, asegura McCrary.
En cuanto al tema de la legalidad, McCrary argumenta que “no es tan sencillo como dijo el doctor Rimbaud, que la práctica es ilegal, es más complicado que eso. Hay una incoherencia”, dice. El biólogo cita en su documento por ejemplo, la Ley de Caza, aprobada en 1956, la Ley 510 que regula la portación de armas y en cuanto a la Resolución Ministerial que expidió Marena, y asegura que aunque no es abogado está convencido que no es suficiente para prohibir la caza en este país, “pues ningún decreto puede derogar una Ley. Ellos dijeron que suspendían las licencias y renovaciones para caza deportiva, pero siguen publicando anualmente el calendario de vedas, lo cual reconoce la práctica”.
¿Se acabarán los cazadores?
Napoleón Chavarría, presidente de Fenicaped, también asegura que ellos se norman con todas las autoridades deportivas, con la Policía Nacional y de hecho tienen buenas relaciones con el personal de Marena y se están discutiendo formas de mejorar la situación legal de esta práctica. “Nuestra federación cuenta con ocho asociaciones de las cuales se practican Caza y Pesca y que podríamos decir que compartidos llegan a unos 500 miembros, de ellos, meramente cazadores, pueden ser 200”, dice Chavarría quien también comenta que todas las asociaciones cumplen con los calendarios de vedas, hacen un deporte y no matan sin justificación y además de esto, llevan un beneficio a los sitios donde se practica la caza.
Todos estos argumentos son justificaciones, a juicio del doctor Rimbaud, pues según él la Ley de caza perdió vigencia, porque perdió a su interlocutor en el país que fue el organismo que la dictó en 1956, el Ministerio de Agricultura y Ganadería, que dejó de existir hace mucho tiempo. “En ese tiempo el mundo era otro, hoy el mundo es distinto y se ha percatado que se están extinguiendo las especies y que se deben proteger. El calendario de vedas se publica para las etnias miskitas, mayangnas, del norte y centro del país, que por tradición cultural están autorizadas a cazar, no se publica para los cazadores deportivos que deben tener algún tipo de impotencia, supongo yo, para andar matando animales solo porque sí”, dice.
Es de tarde en Los Brasiles y los cazadores después de un par de horas se empiezan a cansar. Sudan en el calor de Managua que se hace más intenso con las personas que al escuchar los tiros empiezan a llegar. Esperan ansiosos que se termine “la tirada” para que los cazadores dejen su cuota de palomas. Eloy León, concentrado mientras gasta sus últimos cartuchos, no está pensando en la muerte del animal, su concentración está destinada a atinar el disparo y no por eso se considera un asesino
Camilo Fernández le pide a su recogedor o palomero que le junte la caza del día. En su caso, es más bien “palomera”, pues es una muchacha campesina la que hace esa función y tiene unos seis años de acompañar a los cazadores. Los “palomeros” guían a los cazadores que andan con perros o hacen la función de ellos para traer al animal. Lo pelan y lo despluman, mientras los cazadores se sientan, toman agua, y empiezan a conversar. Discuten sobre los tiros, sobre la cantidad de animales muertos, sobre quién le quitó uno o a otro o por qué alguien erró el disparo.
Este día llevan unas cuarenta palomas muertas. “De esto lo que uno disfruta, no es matar, sino la acción, la habilidad y el compañerismo tremendo que se crea en estos grupos”, dice Camilo Fernández.
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