14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

El taller de Damaris y José Uriel está ubicado en el poblado de Cofradía. Funciona en su propia casa, una vivienda sencilla de paredes y techo de zinc. LA PRENSA/ A. MORALES

La costurera de Cofradía

Primero fue un viaje. Damaris Martínez pensó que en Chichigalpa no iba a hacer mucho con su vida, que la venta de perfumes no le dejaba una gran ganancia y entonces se vino a Managua, con dos hijos pequeños, a probar suerte. Se quedó en la casa de unos parientes ya establecidos.

[doap_box title=”” box_color=”#336699″ class=”aside-box”]2,000 córdobas es la ganancia semanal que a veces le queda a la familia García Martínez, propietaria de un taller que pronto bautizarán como Gamar y que está ubicado en Cofradía. Si alguien quiere contactar a José Uriel García puede hacerlo al número celular 85794187.[/doap_box][doap_box title=”“La zona franca es una escuela”” box_color=”#336699″ class=”aside-box”]Si uno quiere aprender, aprende, dice José Uriel García, sobre sus años de trabajo en la zona franca. Él empezó como operario, pero después se interesó por arreglar máquinas. “Yo era travieso, las armaba y desarmaba, las hacía trabajar”, expresa García, quien cree que aún las jornadas largas que les exigían ayudaron a tener disciplina. Ahora que tiene su propio taller, cuando les toca entregar un pedido, dice que él y su esposa se quedan el tiempo necesario. “A veces aquí amanecemos”, cuenta ella; la diferencia ahora es que el sacrificio es para ellos, para la familia que han construido. Damaris y José Uriel tienen cuatro hijos, los más grandes, de 19 y 15 años, trabajan con ellos en el taller. “Tienen un salario y nosotros también”, explica Damaris, quien dice que tratan de que los muchachos, además de estudiar, tengan tiempo para recrearse, que vayan al parque de Cofradía.

“Estamos tratando de ajustarnos a un horario y ser justos con los muchachos para que vayan al parque y tengan tiempo de recrearse”, dice Damaris, quien explica que por el hecho de estar en la casa el horario laboral se puede extender, pero también posponer. Casi nunca se sientan a coser a las 7:00, porque toca hacer desayuno, recoger la basura. “En la casa siempre hay algo qué hacer”, comenta ella.[/doap_box]

Primero fue un viaje. Damaris Martínez pensó que en Chichigalpa no iba a hacer mucho con su vida, que la venta de perfumes no le dejaba una gran ganancia y entonces se vino a Managua, con dos hijos pequeños, a probar suerte. Se quedó en la casa de unos parientes ya establecidos.

Después de explorar algunas posibilidades de empleo, el trabajo más seguro y rápido que halló fue en la zona franca. No le pedían casi ningún requisito. Apenas la cédula, recuerda. Así entró y se quedó más de una década.

En las maquilas conoció a José Uriel García, un hombre inquieto, dos años menor que ella, quien entró a las textileras sin saber pegar un botón, pero aprendió todas las artes de la costura y más. Por curiosidad aprendió la mecánica de las máquinas de coser. Con tal de aprender, García llegaba los días que no le tocaban, se quedaba los fines de semana hasta la madrugada. Más tarde pudo ser mecánico y ganar hasta tres veces lo que ganaba un operario.

Después del viaje, del cambio de domicilio, vino el sueño. Ninguno quiso nunca quedarse en la zona franca para toda la vida. Martínez recuerda a una operaria mayor, casi anciana. “Eso no debería pasar. Debería ser como las maestras, que las jubilan antes de los 70, porque en la zona franca, el trabajo es bien agotador”, dice Martínez, quien al tiempo que agradece lo aprendido insiste en que se estuvo preparando para abandonar un día el mundo de las maquilas.

Lo hizo cuando la penúltima de sus hijos tenía 1 año. Y ninguno se arrepiente de haberlo hecho. García cuenta que cuando dejó la zona franca se dedicó a trabajar como mecánico. En ese tiempo siempre mantenía la idea de tener un taller propio, pero ¿con qué máquina comenzar a coser? Se preguntaba la pareja. Estuvo haciendo rumbos unos seis meses, hasta que un día, conoció “un ángel”, recuerda, le dijo que le daba esa máquina —una Over industrial, algo antigua—, que se la llevara por doscientos dólares y que se la pagara cuando pudiera. Al suave. No le puso plazo, ni cuotas. “Esa máquina no costaba eso. Así como estaba valía seiscientos dólares”, refiere García. La suerte y las casualidades no terminaron ahí. Al poco tiempo les dejaron otra máquina por un precio también accesible. Ambas las están pagando con los pedidos semanales que entregan en el Mercado Oriental.

“La Zona Franca es una escuela, ruda, pero sí es una escuela, donde uno aprende, pero hay muchas personas que siguen siendo las mismas. Nosotros tuvimos el privilegio de salir y no seguir siendo los mismos”.  Damaris Martínez, propietaria de un taller de textiles que funciona en Cofradía, Tipitapa.

José Uriel García, 35 años, trabajó más de diez años en una maquila y hace poco creó su taller de costura junto con su esposa y sus hijos.  LA PRENSA/ A. MORALES
José Uriel García, 35 años, trabajó más de diez años en una maquila y hace poco creó su taller de costura junto con su esposa y sus hijos.
LA PRENSA/ A. MORALES
RODANDO POR MERCADOS

Los primeros shorts y camisolas García los llevó a vender al Mercado Iván Montenegro. No le fue muy bien, entonces decidió probar en el monstruoso Mercado Oriental. Después de caminar, preguntar, ofrecer, encontró clientes a los que les gustó la calidad de las telas, de la costura. Ese cliente les pidió muestra de las piezas que confeccionaban. Le gustó y le encargó doscientas piezas semanales. Ahora va por quinientas a la semana.

El sueño de Martínez va más allá del mercado. Tiene previsto crear su propia marca de ropa: Gamar, por la unión de las primeras sílabas de los apellidos del matrimonio y abrir tiendas en los departamentos.

CASA TALLER

El taller está en las afueras de Managua, en Cofradía, Tipitapa. Por necesidad la han convertido en una casa taller. La casa es un cajón enorme hecho con ripios de zinc, con una separación interior, el cuarto, donde se acomoda la familia.

Del techo de zinc cuelga, inútilmente, un abanico lento, cuyas aspas no amortiguan el calor de microondas que hace allí adentro. Separar el taller de la casa es uno de los propósitos de los García Martínez una vez que hayan pagado las máquinas de coser.

Y “construir una casa digna para mis hijos” es el sueño de Martínez. A veces se aflige porque la construcción ahora es frágil e insegura. Una vez se les metió una culebra y estaba en la pasada justo por donde el menor de sus hijos iba a acomodarse para dormir.

“Pero yo sé que todo es un proceso”, dice la mujer morena de cuerpo recio y facciones de niña, quien pasa gran parte del día con la vista clavada en la aguja que sube y baja, cosiendo ropa. Detrás de ella hay una repisa con un arcoíris de hilos, pero también hay enseres domésticos.

A pesar de que los artículos de los García Martínez tienen demanda, cada vez les encargan más uniformes deportivos y ropa para niños. Les molesta que a veces el consumidor nicaragüense se queja de los productos nacionales. “Los ve como si no tuvieran calidad. Y yo le aseguro que la ropa que se hace en Nicaragua tiene una excelente calidad”, afirma García, refiriéndose a la confección de los textiles nacionales.

“Nosotros trabajamos con telas de primera calidad”, indica García mientras que Martínez reitera nuevamente que en la maquila aprendieron eso: confeccionar con calidad. Ellos aseguran que se distingue la calidad de la ropa que hace gente con experiencia en zona franca y la de los que nunca estuvieron en una fábrica textilera.

Aunque apenas están despegando, Martínez cree que van por buen camino. No se arrepiente de haber hecho el viaje desde Chichigalpa a Managua con sus dos hijos mayores, tampoco de haber entrado y salido de una zona franca.

“Si me hubiese quedado allá estuviera haciendo nada, viviendo la vida monótona, subsistiendo, llevando la vida monótona. A veces, cuando yo no quiero él me empuja y así mutuamente. A veces lloro y él (su esposo) me dice ‘calmate hombre, esto es así’”, manifiesta la cabeza de este sueño.

 

Puede interesarte

COMENTARIOS

  1. Hace 9 años

    Esa es la actitud de un verdadero Nicaraguense, que no se dá por vencido y se queda en su tierra aunque sea comiendo lo básico, y no decide irse a Costa Rica a que lo exploten y denigren. Eso si tibiesemos un gobierno preocupado por tecnificarnos y financiarnos algun proyecto de familia. FELICITACIONES A ESA FAMILIA Y PALANTE.

  2. jaime aguilera cuadra
    Hace 9 años

    Excelente,esta actitud y vision de la vida,es la que necesita el nicaraguenses.

  3. Hace 9 años

    Lindo ejemplo de la dignidad de la clase humilde nicaraguense. Dios les protege con su misericordioso manto y les colma de bendiciones.

  4. nain
    Hace 9 años

    Aqui en managua en el barrio villa reconciliacion ay 15 talleres de costura y al igual sobreviviendo a diario entregan camisas en el oriental pero el. Problema es los recibos de luz eletrica ylos altos costo de la tela,hilo helasticos etc nos agobian!!

  5. Alejandro F. Cajina
    Hace 9 años

    Este matrin\monio es un excelente ejemplo de personas emprendedoras que se trazan metas y luchan todos los dias para lograrlas. Ojala existieran mas Nicaraguenses como ellos, con los pies sobre la tierra y la mirada en las estrellas. Espero puedan ampliar su negocio y que obtengan financiamiento de un banco para que lleguen a convertirse en una marca de ropa que se venda en todo el mundo, Parece la historia de los Walmart, Walter y Martha la de ustedes sera “GAMAR SA” y orgullosamente Nica.

  6. Geovanny Martínez
    Hace 9 años

    Dios les brinde fuerza. Que ejemplo de dignidad y trabajo arduo!

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí