El alma se nutre de las reminiscencias. Una de ellas trasciende en el undécimo festival de poesía. Esta euforia cabe donde haya amor por el verso. Es distinguida con el nombre de las glorias de la inspiración.
Se ha honrado la memoria de uno de esos valores. Me refiero a Enrique Fernández Morales cuyo busto en imaginario ha recorrido tanto a Granada como a su más allá poético. Esta celebración me permite haber recordado el honor de compartir con él un grato trecho de la gira que el festejado transitó por los caminos de la radiodifusión de la cual fue mecenas cultural. Polifacético en muchas ramas del anchuroso árbol, se identificó con la teatral voz de la América Central a cuyo propietario José Mendoza Osorno apoyó en el montaje sobre el escenario gratuito, de lo cual fui testigo en mis primeros pinillos, y de las voces como la de la soprano Isabel Palacios en conexión con el romanticismo del “lied”, del requinto bucólico y creativo de Justo Santos, de Camilo Zapata y de otras figuras.
Posteriormente se trasladó a Radio Mundial en la búsqueda de los proscenios donde por iniciativa suya, Rodolfo Tapia Molina y el suscrito fundamos las “Sinfonías Matinales” y “Grandes Conciertos del Mundo” en los cuales el poeta se identificó con nosotros a través de la charla coyuntural sobre los clásicos. Dominaba la pintura sonora de Debussy para cuyo mar tuvo un poema. Cada domingo había guirnalda oral, gravedad, el color de la sinfonía mística. Diría mucho de Don Enrique, quien me sacó de la timidez de publicar los versos que junté en mi libro Sueño en Sol.
Por ahora me basta consignar el merecimiento que tuvo el gesto de poner su nombre en la pila bautismal de los consagrados.
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