Cuando uno viaja por la parte rural de San Carlos, en Costa Rica, al sur del río San Juan, impresiona la ausencia de pobreza campesina en la zona. En las carreteras, y aún entrando por los caminos de penetración, resulta difícil encontrar gente pobre.
Y me pregunto, ¿qué es lo que ha hecho posible que en Costa Rica la gente viva decentemente mientras en nuestro país aún persisten enormes bolsones de pobreza y miseria en las zonas rurales de casi todo el país?
Ciertamente no son los recursos con que Dios dotó a Costa Rica porque fue más generoso con Nicaragua. Son factores sociopolíticos que tienen que ver con la forma en que los ticos han decidido organizarse entre ellos.
Mientras ellos han vivido los últimos 125 años bajo el signo de la estabilidad, nosotros hemos pasado de conflicto en conflicto, desde la revolución liberal de 1893 hasta el triunfo de la Unión Nacional Opositora (UNO) y doña Violeta en las elecciones de 1990.
Hemos padecido la dictadura de Zelaya, la intervención de los marinos norteamericanos, varios golpes de Estado, la dictadura de la familia Somoza, las rebeliones armadas contra ellos, la revolución popular de 1979, la guerra de los Contra en los ochenta, el descalabro de la economía durante esos años, y la represión de las libertades públicas durante más de cincuenta años por gobiernos de derecha y de izquierda.
Sin embargo, en febrero de 1990, hace hoy 25 años, los nicaragüenses tuvimos la inteligencia de darle una oportunidad al voto libre para cambiar de rumbo, y todo cambió.
Con la entrada de la democracia de la mano de doña Violeta de Chamorro, Nicaragua dejó atrás la guerra, el autoritarismo, la debacle económica, y tomó el camino de la paz, las libertades públicas y la economía libre.
Lamentablemente en estos 25 años también hemos vivido retrocesos con liderazgos que aún no creen en la democracia y prefieren sistemas autoritarios agotados en el pasado. Estos han debilitado las instituciones que lograron perfilarse entre 1990 y 1996 como entidades del Estado, trajeron de regreso la corrupción gubernamental y volvieron a desarticular las posibilidades de elecciones limpias.
El problema se agrava cuando vemos obscurecerse el panorama de nuestra reconstrucción económica con el desastre que vive Venezuela, uno de nuestros principales apoyos en los últimos años, y al percibir que la gran esperanza del país, el Canal Interoceánico, no termina de definirse.
Resulta por tanto un buen ejercicio pensar cómo queremos los nicaragüenses llegar al 2040, cuando se cumplan los cincuenta años de las elecciones de 1990. ¿Habremos entonces vuelto a enrumbar las cosas por el camino de la paz, la democracia y el desarrollo económico y social, o habremos caído de nuevo en la terrible película de los cien años que precedieron a 1990?
Mucho dependerá de los próximos pocos años.
Y somos nosotros los nicaragüenses los que deberemos decidir estos asuntos. Atrás deben quedar los sueños de algunos que creyeron serían los Estados Unidos, o la URSS, o quizás China hoy día, quienes nos sacarían hacia el progreso.
Nuestro progreso depende de nosotros y, sobre todo, de la capacidad que tengamos de resolver nuestras diferencias por medios que no alteren la estabilidad de la nación.
El país tiene un gran potencial. Quienes hemos fallado hemos sido nosotros, los nicaragüenses, recurriendo al conflicto armado cada vez que fracasamos en ponernos de acuerdo.
Por eso ahora no hay mejor forma de recordar estas primeras elecciones libres que renovando nuestro compromiso nacional con el voto libre y sagrado como medio para elegir autoridades a todo nivel.
La continuación de un Consejo Supremo Electoral desprovisto de toda autoridad moral para contar los votos atenta contra nuestros modestos logros democráticos, y amenaza el poco progreso que desde 1990 hemos logrado en el país gracias a la paz, las libertades públicas y la economía de mercado instaurada por el gobierno de doña Violeta.
Si los nicaragüenses ahora no tomamos en serio la necesidad de poder elegir libremente, sea quien sea el que elijamos, vamos a haber tirado al traste el inmenso logro de haber derrotado en 1979 una dictadura de 45 años y haber podido elegir libremente nuestras autoridades en 1990.
La agricultura moderna, la agroindustria, la pesca, la minería, el turismo y la producción de energías renovables pueden muy bien permitirnos a los nicaragüenses alcanzar dignos niveles de vida. Si vienen los megaproyectos, mejor. Pero debemos convencernos de una vez por todas que el gran megaproyecto de Nicaragua es la democracia, y esta demanda, por encima de todo, elecciones libres.
El autor fue ministro de la presidencia de doña violeta