Cuando hablamos de las implicaciones que la represión tiene contra quienes se manifiestan en contra del Canal, la historia obliga referirnos tanto al pasado como al presente porque la represión en Nicaragua ha sido un recurso tanto de las dictaduras de derecha y de izquierda que hemos vivido.
Las represiones a los manifestantes las hemos conocido con distinto nombre pero iguales en métodos de violencia e intimidación. Al final, el mismo resultado, sangre inocente que se derrama.
Durante los cincuenta años de dictadura de la familia Somoza las fuerzas paramilitares salían con “culata” en mano para aplacar manifestantes. Era el método de los “culateros” que se anunciaban con las llamadas “turbas nicolasianas”, de la Nicolasa Sevilla, nombre que muchos de nosotros recordamos repetir a nuestros padres.
Luego vino el gobierno del Frente Sandinista que una gran mayoría de nicaragüenses reconocemos como el totalitarismo de los ochenta. Estos vinieron con las llamadas “turbas divinas” bautizadas así por los propios comandantes de la revolución. En vez de “culatas” usaban garrotes, piedras y palos para atacar a los opositores y reprimir las libertades públicas.
Algo parecido es lo que hemos visto de nuevo con Daniel Ortega en el poder. Ya no les decimos “turbas divinas”, sino “fuerzas de choque”, pero es el mismo vicio de los sistemas dictatoriales que no respetan la Ley ni la Constitución, y reprimen los derechos ciudadanos recurriendo a la fuerza para imponer su voluntad por medio del terror.
Las culatas y las turbas divinas de ayer lo que lograron fue sembrar odio y rencor en los corazones de jóvenes que después los destronaron, y es lo mismo que está pasando ahora con el uso de las “fuerzas de choque”.
Cada golpe y cada lacrimógena que tiran es una bomba de resentimiento que producen. Cuando los encapuchados bajan de los camiones del gobierno a cumplir la orden de garrotear a un joven o un campesino que protesta, no se dan cuenta que se están dando un golpe a si mismos y también al futuro.
Detrás de esas capuchas inevitablemente yo veo la vergüenza que seguramente se esconde en ese hombre que por un salario tiene que golpear a otro trabajador, o tal vez un campesino, hermano suyo o un joven que podría ser su hijo.
La represión en Nicaragua lamentablemente es un vicio del poder absoluto, que todavía hoy sobrevive, sin que todo el dolor de los muertos, los golpeados y apedreados en todos los tiempos, o el recuerdo de nuestros Héroes y Mártires, haya servido para extirpar radicalmente esta barbarie.
Igual de grave es que además del resentimiento que siembran en la población, el uso de las fuerzas de choque, como las que vimos antes y ahora, tiene también consecuencias trágicas en nuestras instituciones llamadas a establecer el orden como son la Policía y el Ejército.
Estas, al permitir el uso de métodos salvajes en contra del pueblo que se manifiesta civicamente en oposición a las políticas del régimen, implícitamente están reconociendo que han fracasado en su misión. Porque el uso de armas y el vandalismo popular de cualquier clase es lo contrario al establecimiento del orden público y significa aprobar que otros pongan el desorden.
La gran paradoja sobre el recurso de la represión en nuestro país es que, el que ha sido víctima de las culatas del somocismo, de las turbas divinas de los sandinistas o de las actuales fuerzas de choque, es como que han aprobado con excelencia una materia importante que en otros países llamaríamos “educación cívica”.
La autora es periodista
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