El acto de repetición en el cargo del Jefe del Ejército, general Julio César Avilés, fue una burla, un tributo al cinismo del presidente inconstitucional Daniel Ortega, y del jefe militar, a quien no le importó romper la cadena de sucesión de mando ante su desmedida ambición de poder que disfraza con el burdo argumento ser “un soldado de la Patria”, y que estará donde lo necesite.
La permanencia de Avilés en el cargo la garantizó Ortega, de la misma manera que a él le despejaron vía los magistrados y diputados sandinistas a su servicio para perpetuarse en el poder. Fue necesario reformar el Código Militar que prohibía la reelección del jefe del Ejército. ¿Qué precio deberá pagar Avilés por el favor de Ortega? O acaso pretenden hacernos creer que esa “prebenda” que satisface el ego del militar es gratis.
Quién habrá engañado al general Avilés, que la patria lo necesita. Obviamente, quien lo precisa es Ortega para que le cuide el patrimonio mal habido que ha obtenido al amparo de los cargos públicos que ha ocupado. Para nadie es un secreto que en 1979, Ortega llegó al poder con las manos vacías, hoy es un empresario millonario.
Los hechos hablan. Al general Avilés lo necesitan para que reprima, amedrente, haga labor de espionaje contra los que adversan al régimen y apunte los fusiles contra campesinos que se rebelen, a como ha sucedido, y para garantizar que dentro de las estructuras del empresariado verde olivo nadie le dé un golpe de estado a Ortega.
General Avilés, nadie es indispensable en esta vida, ¿qué le hace pensar que usted lo es? La vida de los nicaragüenses no se afecta por hacer lo debido, irse a retiro. A usted no le ha importado acabar con el proceso de profesionalización que se venía implementando desde 1995, cortó las aspiraciones de oficiales que vienen detrás de usted. Estoy abogando por el cumplimiento cabal de ese proceso de profesionalización que inició durante el gobierno de doña Violeta, que costó un alto precio en vidas y que usted sin el menor escrúpulo ha obstruido y entregó ese cuerpo castrense al servicio de una familia.
En su discurso el general prometió trabajar apegado a la Constitución. ¿A quién pretende engañar? Recibió el bastón de mando del principal violador de la carta magna, mientras el Ejército se ha hecho de la vista gorda argumentando no inmiscuirse en asuntos políticos y que son apartidistas. Pero Ortega se ha encargado de recalcarles cuál es su origen, sandinista, y usted general ha guardado silencio sumiso. Para muestra, en el evento de repetición de mando que le hizo Ortega estaba rodeado de banderas rojinegras.
En su intervención dijo que pondrá sus “mejores esfuerzos” para garantizar la defensa de la soberanía, la seguridad y la integridad territorial del país, pero ha permanecido en silencio cómplice ante los desmanes de Ortega, que entregó la soberanía al empresario chino Wang Jing, con el mal negocio que hizo para la construcción del Canal Interoceánico. Y entonces, general, ¿en qué quedamos?
¿Por qué, general, no nos dice cuál es la participación de las empresas del Ejército en la construcción de proyectos como el Canal? Los nicaragüenses merecemos saber esa información que manejan como secreto de estado, porque pagamos su salario al igual que el de Daniel Ortega, su esposa Rosario Murillo y al menos el de cuatro de sus hijos que devengan miles de dólares mensuales, mientras el nicaragüense de a pie sobrevive con dos dólares al día.
Con su ejemplo, general, les dice a sus subalternos que se puede vender la dignidad y quebrantar la ley a cambio de prebendas. Peor aún, usted dejará un vergonzoso legado, se le recordará como el militar que acabó con la institucionalidad del Ejército, que lo entregó al servicio de la familia presidencial y contribuyó al fortalecimiento de la dictadura.
El autoritarismo se consolidó con la repetición de Avilés, la represión y los abusos contra los adversarios al régimen se verán con mayor regularidad, pero existe esperanza porque es decisión de los nicaragüenses cuánto tiempo dejaremos a estos empleados abusivos, corruptos y llenos de soberbia en los cargos que ilegal y deshonrosamente ocupan. La suerte está echada. La autora es periodista.
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