Recientemente se cumplieron 25 años de lo que yo considero, fue el inicio de una nueva era en Nicaragua. Por primera vez en la historia contemporánea, un régimen que alcanzó el poder producto de una revolución armada reconocía la victoria en las urnas de la oposición que encabezó doña Violeta Barrios de Chamorro. Era el final de la Guerra Fría y el desmoronamiento de la Unión Soviética afectaba a todos los países que orbitaban bajo su sombra. La Nicaragua de entonces había sufrido dos guerras consecutivas con consecuencias devastadoras en pérdidas humanas, destrozo del aparato productivo y de nuestra economía, una sociedad políticamente dividida, incluso dentro de las mismas familias nicaragüenses, además de la diáspora que aún se refleja en los miles de nicaragüenses que viven en otros países y que, con el tiempo, se han convertido en un importante factor económico de nuestro país, por el apoyo que brindan a sus familias a través de las remesas.
Los primeros años de la presidenta Chamorro fueron difíciles por la situación económica y política heredada pero sirvió, principalmente, para alcanzar la paz y la reconciliación nacional, así como para sentar las bases del desarrollo económico que, lentamente, un cuarto de siglo después, poco a poco estamos sintiendo y con señales claras de avanzar por el camino correcto, lo que se debe en gran medida al compromiso de los actores políticos más importantes por resolver sus diferencias sin recurrir a la violencia, aunque nos falta mucho aún por hacer, para acelerar este crecimiento.
Nosotros, como gremio empresarial, hemos comprendido la importancia trascendental que significa una relación respetuosa con el Gobierno de turno; ahora nos ha tocado —con el mismo Gobierno que en los años ochenta era parte del conflicto interno— pero que ahora ha sabido conducir el país en la macroeconomía y en proyectos sociales con resultados exitosos, avanzar y trabajar de la mano, producto de un nuevo actuar que todos saludamos. Hemos tenido grandes avances pero no podemos dormirnos en nuestros laureles. La macroeconomía no lo es todo. La Iglesia católica a través de la Conferencia Episcopal presentó claras reflexiones a las autoridades de gobierno y nosotros —desde el sector privado— creemos que es obligación el atender lo que está dentro de las posibilidades, especialmente en las decisiones que requieren voluntad política en lo relativo al fortalecimiento institucional. La independencia de los poderes del Estado nos beneficia a todos por igual y muchas veces, de eso depende la decisión —o no— de un inversionista para arriesgar su dinero en un país que, lamentablemente, es aún percibido en el exterior como una extensión de la conflictiva Nicaragua de la Guerra Fría, lo que no puede estar más alejado de la realidad ( ) pero la percepción ahí está y debemos ser proactivos en revertirla para ser aún más atractivos a la inversión extranjera y norteamericana, especialmente.
Nicaragua merece un futuro mejor y está en nuestras voluntades el de ayudar a construir un país más robusto. Yo considero que ese sería el mejor tributo que podemos rendir a quienes en el pasado sufrieron de la intolerancia y los conflictos que nos llevó a situaciones cuyas repercusiones, aún padecemos.
A 25 años del inicio de esa nueva era en la Nicaragua de todos, llegó la hora de que nos involucremos y la convirtamos en una Nicaragua, llena de oportunidades, desarrollo y progreso.
El autor es presidente de Amcham
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