No solo se bebe de la fuente del teatro cobijado por la protección. También hay elementos nutricios bajo el viento. Aquellos que no pueden solazarse en el temple interno podrían recrearse en los centros recreativos como el Salvador Allende, con solo el boleto de su voluntad, de su afecto a la música selecta en zonas claves para el respetuoso deleite.
Pongo el ejemplo: el homenaje anual que los diletantes le dan a Beethoven en plaza abierta en Miami Beach. Los veraneantes liberados del atuendo de postín le piden más al sordo genial. Lo mismo ocurre en otras ciudades del mundo.
Managua, antes del sismo destructor, no escapaba a esa costumbre y era, a pesar de ser recoleta, un dechado para recordar. Cada domingo por disposición del ministro del distrito —no había alcaldía— se reunía lo que ampulosamente era llamado La Orquesta de los Supremos Poderes, para dar un concierto vespertino en el parque, cuyo bajo kiosco se formalizaba un programa accesible, con el nivel auditivo de la concurrencia para la que habían obras conocidas —provechosas— de autores de oberturas, de marchas, de movimientos de sinfonías, de fragmentos, de trozos bufos; así se ponía en el tapete gratuito, sin la muralla de ningún requisito, a Gioacchino Rossini en el Barbero de Sevilla , a Edward Elgar en Pompas y Circunstancias , a Weber en Oberon, a Franz Suppé en Caballería Ligera .
Hago un remojo de aquella membrana impregnada de sonidos, en ocasión de conocer que la municipalidad actual ha garantizado más de ochenta actividades de la Banda Municipal. Sugiero que se discipline un calendario dominical en el área recreativa indicada y la formación de una orquesta apta para interpretar a los autores puestos como un modelo de lo que se podría convertir en una epónima tradición.
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