En las últimas semanas se sobredimensionó a través de los medios, redes sociales y como tema de conversación cotidiano el caso de una niña que recibió coscorrones en la cabeza de parte de la directora de un colegio.
Independientemente que el hecho es sancionable, no deja de llamar la atención el hecho, la forma que ocupó las primeras planas de diarios de circulación nacional, noticieros y programas de TV y ante lo cual caben varias interrogantes.
Realmente ¿cuál era la intención de la persona que filmó? ¿Por qué no actuó en el momento sino que prefirió denunciarlo en las redes sociales antes de llevarlo ante los padres o las autoridades. ¿Hubo miedo? O simplemente pretendía desacreditar al centro y provocar una repulsa casi nacional ante un hecho que sin bien es cierto es injustificable, se repite a diario no solo en otras escuelas, sino en hogares donde niñas y niños son golpeados, abusados, denigrados, e incluso hijas violadas y en algunas ocasiones hasta con la complicidad de las madres y ante lo cual no nos preocupamos.
En estos casos, posiblemente no hay un fisgón para filmar y publicarlo en las redes para denunciar los delitos, como no lo hubo cuando en un colegio muy conocido el director fue acusado de pederasta y salió subrepticiamente del país llevándose a la tumba el secreto de sus fechorías.
No recordamos ninguna investigación seria de la Policía o del Mined, que en este caso ni siquiera sacó la cara. Y este hecho no fueron coscorrones y la reacción de los medios y la cibernautas del “like” no reaccionaron tan solidariamente.
Tampoco fueron coscorrones cuando un grupo de vándalos golpeó y robó a un grupo de muchachos hace casi dos años mientras protestaban frente a las instalaciones del Instituto Nicaragüense de Seguridad Social (INSS). A pesar que hubo filmación, ni la Policía ni el propio INSS, en cuyas instalaciones escondieron los vehículos robados, investigaron ni sancionaron los hechos y si bien es cierto hubo reacción de la población y hasta de los propios obispos, el caso cayó en el olvido.
Tampoco fueron coscorrones los propinados a un grupo de mujeres que fueron golpeadas cuando protestaban frente al Consejo Supremo Electoral ante las propias narices de la Policía, cámaras de filmación destruidas y un asalto a plena luz del día. La reacción de algunos medios fue discreta y temerosa, igual cuando un grupo de manifestantes en contra del Canal fueron detenidos, encarcelados, torturados y violados sus derechos en las celdas de la Policía.
Estos hechos fueron más que coscorrones en la cabeza. Fueron costillas quebradas, ojos vaciados, moretones y violación del debido proceso contemplado en nuestra Constitución y convenciones internacionales, mientras en el caso del jardín infantil, fue desbordante la cantidad de opiniones que algunos medios publicaron de diputados, médicos, siquiatras, sicólogos, maestros, estudiantes, carpinteros, albañiles, similares, amas de casa, asistentes del hogar, en fin, un abanico inmenso, variado y heterogéneo de entrevistados, buscando condenas en contra de los coscorrones.
Un diputado hasta citó cuatro convenciones internacionales, la Constitución, tres códigos y otras leyes para condenar “el injustificable hecho” que al parecer caló en lo más hondo de una sociedad “conmovida” que como dicen los obispos en su reciente documento de Cuaresma, está adormecida ante los verdaderos problemas sociales que vive el país.
Me atrevo a opinar que los coscorrones en la cabeza nos conmueven más que los golpes que día a día recibimos con la carestía de la canasta básica, el zarpazo de la tarifa eléctrica, la desmedida, arbitraria y voraz recaudación utilizando a la Policía, Alcaldía, DGI, DGA, INSS, Inatec, etc. y las violaciones constantes a los derechos humanos por opinar, represión de la protesta cívica, etc., etc.
Tal parece que la actitud “solidaria” de una sociedad contra los coscorrones en la cabeza de una niña es una forma de desahogarse de tanto golpe que recibimos a diario y por lo cual hemos perdido la capacidad de reaccionar.
El autor es periodista y abogado.
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