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La Pasión de Cristo

La palabra de la cruz, la proclamación de la pasión, es lo que resalta en esos días santos. La pasión ya tuvo su escenario natural, las calles de Jerusalén y sus espectadores, los amigos miedosos y los enemigos rabiosos de Jesús.

La palabra de la cruz, la proclamación de la pasión, es lo que resalta en esos días santos. La pasión ya tuvo su escenario natural, las calles de Jerusalén y sus espectadores, los amigos miedosos y los enemigos rabiosos de Jesús.

Hoy nuestra iglesia es el escenario y nosotros tenemos que ser algo más que espectadores. Vamos a extender la alfombra roja para aclamar a Jesús.

Vamos a aclamarlo con ramas de malinche, de madroño, de guanacaste, la sencillez del campo, con ramas de olivo, la fidelidad y la paz, o con las palmas, agua mansa en el desierto.

Y entre gritos y silencios, Jesús el hombre más libre del mundo, entra en Jerusalén. El amor no es un sentimiento, es una decisión, una elección.

La gente suele decir hay cosas que simplemente suceden: una traición, un ataque de corazón, un embarazo juvenil, la muerte. Todo esto no sucede porque sí, son consecuencias de las decisiones que la gente toma.

Jesús tomó decisiones auténticas y también sus discípulos, Judas incluido.

Decimos que Jesús tenía que morir, que su muerte fue un acto del destino. No. Jesús decidió predicar y vivir de una manera peligrosa, eligió el amor a nosotros, decidió amarnos a todos y esta decisión le llevó a la muerte.

Judas hizo una elección humana al traicionar a su Maestro. Y podía tener mil razones para justificar su decisión.

Pedro decidió negar al Señor, una decisión humana muy calculada y razonada.

Poncio Pilato tuvo que tomar también su decisión. Y firmó la sentencia de muerte.

Usted y yo hacemos elecciones todos los días. Nuestras elecciones y decisiones pueden apagar el espíritu y separarnos del amor de Jesús o destruir el amor de nuestros padres y hermanos.
Si nosotros queremos vivir de cerca esta Semana de Pasión tenemos que elegir el amor, aún sabiendo que corremos el riesgo del sufrimiento y de la muerte.

Los soldados le miraban, mientras jugaban a los dados. Jesús hizo su sacrificio y murió en la cruz para liberar al mundo de Dios del pecado.

Jesús era también un jugador. Se jugó la vida; todo por salvarnos.

Esta Semana Santa estamos invitados a tomar parte en el drama de Jesús, nuestro drama; no somos ni espectadores ni turistas, con Jesús somos los protagonistas de la historia de la salvación. Celebramos nuestra vida, nuestra muerte y nuestra resurrección.

Un hombre arriesgó su vida lanzándose a las aguas turbulentas de un río para salvar a un muchacho que era arrastrado por la furiosa corriente. Cuando el muchacho se recuperó de su trágica experiencia le dijo al hombre: “Gracias por salvarme la vida”. El hombre le miró a los ojos y le dijo: “Estás bien muchacho, pero procura que haya merecido la pena salvar tu vida”.

Habrá merecido la pena si una vez salvado, la vive bien, la pone al servicio de los demás y no la guarda para sí mismo.

Jesús es ese hombre, el hijo que Dios nos dio, para salvarnos a todos los que somos arrastrados por las aguas turbulentas de la vida social, familiar y personal. Nosotros le damos las gracias y le pedimos que, con su ayuda, nuestras vidas sean merecedoras de la salvación ofrecida. Este es el tiempo que el Señor nos presenta para reconocer que arranca del corazón la soberbia que habita en muchos de los que acusan y son los primeros en hacer lo que critican con furia.

Religión y Fe Cristo Pasión archivo

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