La rebelión armada antisomocista del 4 de abril de 1954, uno de los movimientos patrióticos más impactantes en las dolorosas páginas de la historia de Nicaragua, ha quedado inmortalizada en la conciencia nacional.
Era una época de férrea dictadura. En Nicaragua no había libertades y no existía ninguna posibilidad de una apertura democrática pacífica, por el dominio militar del somocismo. Las bases de la rebelión del 4 de abril se asentaron en la necesidad de un cambio que respondiera a las demandas de dar paso a las transformaciones que el país venía exigiendo, y que eran de virtual importancia para el desarrollo de la institucionalidad que siempre se ha mostrado ausente en esta desdichada nación, cuyo destino ha sido incierto por la insidia antagónica de quienes han manejado y siguen manejando, bajo otros signos políticos, los recursos vitales del Estado convirtiéndolo en un patrimonio familiar.
De haber triunfado la rebelión del 4 de abril se pudo haber dado a Nicaragua respuestas halagadoras en la formación de un gobierno democrático que motivara a las grandes mayorías de nuestra inquieta sociedad. Pero tuvo más fuerza la infidencia cobarde del traidor que reveló la conjura, y por consecuencia se desató un baño de sangre que cundió de terror la República con la sádica matanza que se hizo contra los insurgentes del complot, muchos de ellos brutalmente torturados antes de ser ejecutados por los verdugos de la extinta Guardia Nacional. Tales fueron los casos de los hermanos chontaleños Adolfo y Luis Felipe Báez Bone, así como de Pablo Leal, a quien le fue cortada la lengua en las siniestras cárceles de la Loma de Tiscapa, a manos del fatídico “Tachito”. El egresado de la Academia de West-Point también se ensañó en Jorge Rivas Montes, aplicándole descargas eléctricas en sus partes nobles, mientras estuvo prisionero en los calabozos de la “Casa de Piedra”, condenado a la cárcel por un Consejo de Guerra que con la más absoluta parcialidad, lejos de todo mandamiento jurídico, lo hizo vivir un espantoso calvario hasta que finalmente fue asesinado.
Nicaragua pudo haber sido sujeto histórico de un excelente régimen civilista, porque para ese tiempo contaba entre sus valores humanos a brillantes personalidades de la estatura moral de los doctores Enrique Lacayo Farfán, Francisco (Paco) Ibarra Mayorga, Enoc Aguado, Humberto Alvarado Vásquez y tantos otros destacados nicaragüenses, que con su hidalguía y talento le dieron honra a la patria que deplora en silencio la pérdida material de estos ilustres ideólogos de la democracia y de la cultura nacional.
En la rebelión del 4 de abril, cayeron inmolados ante el altar de la patria y por su libertad, Manrique Umaña, Ernesto Peralta, Francisco Madrigal, Pablo Leal, Juan Ruiz Traña, Miguel Ramírez, Rafael Praslin, Pedro José Reyes, Francisco Granillo, Luis Felipe Gabuardi, Antonio Velásquez, Carlos Ulises Gómez, Manuel Agustín Alfaro (padre de Indiana y Agustín Alfaro López), Juan Martínez Reyes, Francisco Caldera, Adolfo y Luis Felipe Báez Bone, Edgard Gutiérrez, Amado Soler, Humberto Ruiz, José María Tercero Lacayo, Guillermo Gutiérrez y Optaciano Morazán.
Que la sangre redentora de los héroes del 4 de abril de 1954 haga posible para un futuro no lejano, la construcción de una auténtica democracia, en la que se respeten los derechos y libertades de todos los nicaragüenses y surja una legítima administración de justicia que permita la igualdad en la aplicación de las leyes.
El autor es Periodista de Somoto
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