La destrucción del hotel turístico al empresario nicaragüense Milton Arcia es un claro mensaje hacia donde enrumba al país el régimen de Daniel Ortega, no podemos subestimar considerando ese acto vandálico como un hecho aislado. Se trata de una amenaza, un escarmiento, un ejemplo en el que demuestra lo que es capaz de hacer a todo aquel que ose oponerse. Se trata de la máxima expresión de autoritarismo.
La orden dada tiene nombre y apellido. Si no hubiese sido dada por el presidente inconstitucional y su consorte, la vocera gubernamental Rosario Murillo, las cabezas de funcionarios ya estarían rodando así como sucede cuando un funcionario da declaraciones a los medios de comunicación sin autorización de los que se creen dueños de Nicaragua y “ungidos” para gobernar.
Resulta alarmante que durante la comparecencia de la vocera gubernamental no hubo una sola palabra sobre la destrucción del hotel del empresario, por el contrario anunció el inicio de construcción de casas, hasta ahora, para los afectados por las lluvias en el 2014, en Ometepe. Es la manera más vil de silenciar, dividir y fomentar el odio entre nicaragüenses, de alguien que habla de “amor, fe, hermandad y prosperidad”, y que con sus hechos se burla de la fe cristiana.
La demolición de una inversión privada valorada en siete millones de dólares, que daría fuentes de trabajo y desarrollo en Ometepe, es una barbarie, un crimen de lesa humanidad, un acto terrorista que solo puede tener cabida en mentes insanas y carente de escrúpulos.
La pareja presidencial ha demostrado que está dispuesta a patear y poner la bota sin importar el mensaje que están dando a los inversionistas. Para eso han comprado la dignidad del jefe del Ejército y de la Policía.
Es indignante y conmovedor ver llorar a un hombre que ha trabajado toda su vida para poseer lo que tiene, en horas su sueño y trabajo de doce años, fue destruido.
La situación de Milton Arcia no es la de Ortega, que ha vivido del erario y representa una pesada carga para la mayoría de los nicaragüenses que viven en pobreza, una carga a la que se han sumado sus hijos, hoy ocupando puestos claves en el Gobierno, clara expresión del nepotismo y la corrupción que los sandinistas tanto criticaron al gobierno somocista.
Los nicaragüenses pagamos no solo los salarios de los Ortega-Murillo, también los exquisitos gustos de sus descendientes durante los últimos 36 años, eso explica por sí solo, que Ortega no tiene conciencia de lo que significa destruir una valiosa inversión privada, pues nunca ha ganado con esfuerzo un córdoba.
El gobierno de Ortega no solo perjudicó económicamente al empresario, lo ha maltratado física y psicológicamente, humillando la dignidad de un hombre trabajador al ser apresado y arrastrado semidesnudo por los llamados agentes del “orden” al servicio de Ortega.
De nada valieron los gritos de dolor del empresario, sus lamentos por los daños físicos que le ocasionaban a su cuerpo ya de edad avanzada. Fue lanzado inmisericordemente a la tina de una camioneta. ¿Cuántos pensamos al ver esas dolorosas escenas, que podría ser nuestro padre, esposo o hermano?
¿Dónde está la misericordia que tanto pregona Rosario Murillo, de su gobierno “cristiano, socialista y solidario”? Doña Aminta, ¿dónde quedaron sus principios cristianos?, esos que le enseñaron cuando estudiaba para ser monja. ¿Será que se borraron a cambio de ocupar esa silla que no le corresponde? ¿Es ese el precio que le está pagando a Ortega? Por sus frutos los conoceréis.
El atropello a Milton Arcia es un mensaje claro para los empresarios del Cosep, y para todos los nicaragüenses que se opongan al régimen totalitario de Ortega, que ya no requiere más de esa piel de oveja que vistió para engañar a los nicaragüenses, el lobo ha sacado las garras.
Ortega ha logrado dividir a los nicaragüenses, ahora su principal objetivo es infundir temor. El peor error que podemos cometer es tener miedo porque le das control al verdugo, es Daniel Ortega quien debe temer porque a los nicaragüenses nos ha caracterizado la valentía. Con seguridad Ortega correrá la suerte de todo dictador. La decisión y su tiempo de permanencia en el poder, es nuestra.
La autora es periodista.
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