Así actúan los mafiosos. Cuando don Corleone, en la película El Padrino, no logró la cooperación de un millonario aficionado a los caballos, sus hábiles matones se introdujeron subrepticiamente a sus establos, decapitaron a su ejemplar favorito, y pusieron la cabeza sangrante a los pies de su cama. Era un mensaje contundente y efectivo.
Cuando Milton Arcia irritó a personajes poderosos, por apoyar a campesinos opuestos al Canal y por otras razones, empleados del Gobierno, actuando subrepticiamente y por sorpresa, el Viernes Santo, día en que no se trabaja y los diarios no circulan, irrumpieron en su propiedad, armados de maquinaria pesada y arrasaron hasta los cimientos su hotel en construcción. Fue un operativo fríamente planificado.
Arcia no daba crédito a sus ojos; nunca antes había recibido notificación de parar la obra y nadie le mostró orden de allanamiento, exhorto o resolución judicial alguna, autorizando la acción. El colmo es que cuando horrorizado movilizó en su yate a unos periodistas para que reportaran el evento, el navío se hundió misteriosa e inexplicablemente, sin haber tropezado antes en piedra alguna. ¿Eficiencia mafiosa o pura coincidencia? Ambas son posibles. El Gobierno tiene elementos entrenados desde los años ochenta en acciones sofisticadas de insurgencia y contrainsurgencia. Pero también pudo tratarse de un accidente. Quizás nunca sepamos.
Lo que sabemos es que esta agresión, tan insólita como brutal, tanto al derecho de propiedad como al del debido proceso, ha provocado que hasta el comedido Cosep haya protestado en términos inusualmente enérgicos. Y ha planteado también una interrogante vital: ¿quién dio la orden?
Solo caben dos repuestas: o fue una iniciativa tomada autónomamente por funcionarios gubernamentales intermedios, como la EPN (Empresa Portuaria Nacional) o Marena, o vino “de más arriba”, es decir del comandante en jefe o su esposa. ¿Acaso hay más alternativas? El tonto comentario del diputado Edwin Castro, de que Arcia posiblemente violó la Ley de Costas, sin que exista al respecto pronunciamiento oficial y sin que esto legitime semejante acción, delata la falta de argumentos y deja en pie la interrogante sobre quién dio la orden.
Si los hechores fueron mandos medios, lo único que cabe es que el Gobierno censure lo actuado, sancione a los responsables e indemnice a la víctima. Si esto ocurre, la institucionalidad podría hasta salir fortalecida y el alto mando mostraría señas esperanzadoras de que puede actuar como estadista. Más si ellos, “los de arriba”, guardan silencio y todo queda igual, no solo estarían avalando el bochornoso incidente, sino que, peor aún, estarían confesando que a la cabeza del país tenemos una jefatura gansteril que, ni siquiera guarda las apariencias. Dios no lo quiera. Sería gravísimo para el maltrecho estado de derecho y para las perspectivas de nación. ¿Contarán esta anécdota a los potenciales inversionistas extranjeros, los diligentes promotores de Pro Nicaragua?
Sería también gravísimo para todos los nicaragüenses. En un sentido profundo todos somos Milton Arcia; todos estamos expuestos a ser pisoteados e intimidados por el poder; primero los que muestren independencia, pero eventualmente todos los demás. Por eso debemos movilizarnos en su defensa y en nuestra defensa, sin dejar de preguntar, ¿Quién es don Corleone? Si no responden la repuesta es obvia.
El autor es sociólogo y fue ministro de educación.
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