En esa etapa del cortejo, cuando dos se hacen novios y mariposas revolotean en los estómagos, Jorge Luis Cuarezma Flores no reveló quién era realmente. Con 33 años, el entonces teniente de la Policía Nacional de Nicaragua le “tiraba el cuento” a una joven, Katia Pérez López, de 18. Ella no podía saber que en los tiempos venideros él la llamaría “zorra” o “playo”. Mucho menos que la apuntaría a la cabeza con su arma de reglamento.
Contrariamente a lo que mostró durante el noviazgo, Cuarezma era alcohólico. “Él bueno y sano era diferente. Era responsable, cariñoso, pero fallaba cuando estaba en su licor”, describe su expareja. Y a partir del 2010 su problema empeoró. “Ya no tomaba solo los fines de semana. Comenzó a beber miércoles, jueves, viernes, sábado, domingo… Y eran puras discusiones”.
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Katia ya tenía una hija cuando conoció a Cuarezma, pero “él la agarró tiernita, entonces ella le dice papá”. Juntos tuvieron dos niñas, de las cuales una tiene hipoacusia (pérdida parcial de la capacidad auditiva) y una leve deficiencia intelectual. Ella acude a Los Pipitos desde pequeña y hace manualidades que su madre vende, pero su padre nunca superó esa parte. “No aguantó cuando le dijeron que su hija tenía una discapacidad”.
El papá llegó incluso a decir que su hija era “una mongola, una estúpida. Que por ella se destruyó el matrimonio”. Se quejaba del tiempo que Katia pasaba en Los Pipitos, donde ella fue vicepresidenta de la filial de Ciudad Sandino, lugar en que vivían. “Hasta me dijo que la niña no debió haber nacido. Que él hubiera sido un hombre millonario si ella no hubiera nacido”.
“Él me decía que yo me tenía que ir debajo de un puente con las chavalas. Que nos íbamos a hartar mierda, así vulgar. Y ya comenzaba a sacudirme más, a violentarme, insultarnos a todas”. Katia Pérez López, víctima de femicidio frustrado.
CORRUPCIÓN E IMPUNIDAD
—¿Recuerda el día exacto en que la encañonó?
—¡Eso es fácil! Fue el miércoles 27 de junio de 2012, a las 10:00 p.m. Esa fecha a ninguna mujer se le olvida. Es la fecha en que te iban a matar…
Esa noche, Cuarezma, ya subcomisionado de la Policía Nacional, apuntó una pistola Jericho, calibre 38, contra la madre de dos de sus hijas, quienes presenciaron todo. Cinco días antes, la Ley 779 o Ley Integral Contra la Violencia hacia las Mujeres había entrado en vigencia y algunos titulares de prensa incluso tildaron el episodio como el “estreno” de la legislación.
Fueron las menores las que llamaron a la Policía. En la estación, Cuarezma golpeó e insultó a Katia delante de todos. “¿Cuánto me dan por ella?”, le preguntó a sus compañeros. “Su jefe le dijo que me respetara, que yo era su esposa”, y entonces vociferó: “¿Esta mierda? ¿Esta basura es mi esposa?”
Antes, la víctima había interpuesto 17 denuncias contra su marido en la delegación de la Policía del Distrito Diez, en Ciudad Sandino, pero no le “pusieron mente”. “Ellos solo te dicen que hagás tu denuncia, pero están ahí todos y se están burlando de la mujer. No les importa que lo que uno quiere es privacidad”, se lamenta Katia.
—Su caso no fue tipificado como femicidio frustrado, a pesar de que usted estuvo a segundos de ser asesinada…
—La juez no me aplicó la Ley. No la aplicó ni puso medidas precautelares. Lo tomaron como algo leve. Como él fue guardaespaldas de Manuel Martínez (expresidente de la Corte Suprema de Justicia), le hicieron caso en todo. La juez tuvo bastante presión por los movimientos, si no, yo creo que ni siquiera lo hubieran juzgado”.
Mientras Cuarezma estuvo retenido en la estación en que trabajaba, esperando el juicio, vecinos de Katia la atacaron, insultaron, amenazaron e hirieron a su hija mayor.
“Después de la acusación fue el problema con los vagos. Nos atacaron un montón de vagos que vivían cerca de la casa. Nos robaron lo que teníamos. Llegaron con machetes, porque decían que Cuarezma tenía que salir de la cárcel y solo iba a salir si me mataban”, describe Katia.
Pero no fue necesario que alguien lo liberara. Jorge Luis Cuarezma Flores fue condenado por el Juzgado Distrito Penal de Audiencia de Ciudad Sandino por los cargos de violencia psicológica a tres años y seis meses de cárcel, de los cuales Katia afirma que no ha cumplido un solo día. “Por influencias ha permanecido donde ha querido, fuera de la cárcel, impune. Y él me lo dijo. Que jamás lo echarían preso”.
En marzo de 2014 a Cuarezma le dieron de baja de la Policía Nacional, pero para Katia eso es una pantomima. “Eso es para calmarme a mí y a los movimientos de mujeres. Ellos lo siguen apoyando”.
NEGLIGENCIA DEL ESTADO
Hace una pausa y continúa: “Yo hice 17 denuncias y casi me mata. La mediación es un paso hacia el femicidio. Yo me siento víctima de negligencia del Estado porque Nicaragua no hizo nada. Nada. El femicidio en Nicaragua es responsabilidad del Estado, porque no da la importancia cuando la mujer llega a denunciar”.
Hoy, la madre de 39 años, que sufrió agresiones verbales, físicas y mentales, acude a consultas psiquiátricas y está bajo tratamiento para combatir la depresión. Los efectos se notan, porque Katia se refiere con seguridad a su experiencia y ningún atisbo de llanto asoma por su rostro. Ella vive con sus tres hijas en Batahola, Managua, en casa de su mamá, Luisa Amanda. Allí se mudó para evitar más ataques de pandillas y para sepultar su pasado.
Katia se dispuso a comenzar de cero. Trabajó como doméstica y su empleadora incluso aceptaba que llevara consigo a sus hijas, pero le decía: “Katia, vos no estás acostumbrada a esto”. Y ella le respondía sonriendo: “Si lo hacía en mi casa de gratis, ¿cómo no lo voy a hacer si me pagan?”
Ahora trabaja en el salón de belleza de su madre y a base de esfuerzo ha recuperado artículos que le robaron en Ciudad Sandino, como el televisor. “Una tiene que sacar fuerzas y trabajar para demostrarle a las hijas que una las puede sacar adelante sola, que una está luchando”.
CONSEJOS SALVADORES
Katia Pérez López asegura que los consejos que recibió de la Asociación de Mujeres para la Integración de la Familia de Nicaragua (Amifanic) y el Movimiento de Mujeres Trabajadoras y Desempleadas María Elena Cuadra, le salvaron la vida.
“Cuando me gritaba (Jorge Luis Cuarezma Flores, su expareja), me insultaba y me amenazaba, a mí me dijeron que tenía que gritar también y pegarle con cualquier cosa, porque me iba a matar. Él no miraba en esos momentos que era yo contra quien peleaba. Estaba ciego, yo solo era su enemiga”, explica.
Siguiendo las advertencias, Pérez López se aferró a lo que escuchó en los movimientos de mujeres y contraatacó. “Le quebré escobas en la espalda, le pegaba en las piernas, solo para poderme correr. El día que me puso la pistola de frente yo comencé a pegar gritos y él se dio cuenta que el vecindario escuchaba(…). Para qué, esa ayuda me salvó la vida, porque yo no sabía. Yo no recibí violencia por parte de mis padres”.