En su discurso en la Cumbre de las Américas de Panamá, el sábado 11 de abril, el presidente de Ecuador, Rafael Correa, arremetió contra la prensa de América Latina. “Una buena prensa es vital para una buena democracia —dijo Correa—, pero también debemos coincidir en que una mala prensa es mortal para esa democracia y la prensa latinoamericana es mala, muy mala”.
Correa se refería a la prensa libre e independiente, no a la oficialista que se deshace en alabanzas a los gobiernos y los poderosos y la cual sin duda es muy buena para él.
Pero el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, replicó a su colega ecuatoriano. “Quizás el presidente Correa tenga más criterio que yo en la distinción entre la prensa buena y la mala”, ironizó Obama, y agregó: “En Estados Unidos hay medios (de comunicación) malos y me critican, pero sigue hablando esta prensa… (porque) la democracia es que todo el mundo tiene la oportunidad de hablar y ofrecer sus opiniones para defender lo que opina…” Y señaló el presidente estadounidense que “el ideal de no encarcelar a la gente si está en desacuerdo con nosotros, es lo más justo”.
En Nicaragua, cuyo régimen político es semejante al de Ecuador, quienes representan al Gobierno y aquellos que lo defienden de manera abierta o solapada también califican a los medios de comunicación independientes como una prensa mala.
Aquí no hay, como en Ecuador, una ley contra la prensa que impone la censura indirecta y obliga a los medios a autocensurarse por la amenaza de acciones judiciales y multas monstruosas. Pero casi todos los medios de comunicación han sido acaparados por el Gobierno y sectores afines, mientras los pocos independientes que quedan son presionados y se les niega acceso directo a la información pública. Y además la prensa libre es denigrada por el oficialismo porque no reconoce las buenas obras del Gobierno, solo lo critica.
Incluso periodistas que dicen ser independientes, pero “responsables”, acusan a la prensa libre de no mantener un balance informativo con respecto al Gobierno, pues según ellos deberían dedicar al menos la mitad de los espacios a reconocer las obras gubernamentales. Sin embargo no exigen a los medios oficialistas que además de elogiar al Gobierno también informen sobre los hechos de corrupción y demás abusos gubernamentales.
En realidad, la prensa libre no tiene porqué alabar a los gobernantes porque hacen lo que es su obligación hacer y por lo cual cobran, del dinero público, una jugosa paga que ellos mismos se asignan. El rol de la prensa libre es completamente opuesto al de los medios oficialistas, cuya misión es servir la información filtrada por el Gobierno y adular a los gobernantes. La prensa libre, en cambio, se debe a los ciudadanos, busca la verdad, su función es informar sin filtros y tiene la misión de denunciar la corrupción, las arbitrariedades y los abusos de poder.
“Lo mejor del periodismo —dice el emblemático periodista Jorge Ramos— ocurre cuando tomamos partido con las víctimas, con los más vulnerables, con los que no tienen derechos. Frente al abuso del poder, el periodismo tiene que ser contrapoder”.
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