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Grúas, palas mecánicas y materiales de construcción pueblan el paisaje de muchos pueblos de la zona costera de Japón que hace cuatro años fueron afectados por el Gran Terremoto del Este de Japón que afectó la región de Tohoku. LA PRENSA/ R. ÁLVAREZ

Un espíritu de lucha

Maki Sato (43) lo perdió todo. El tsunami del 11 de marzo de 2011, ocurrido en la costa norte de Japón, la dejó sin casa. Sin trabajo. Sin madre y sin abuela. Pero ella no se ve como una víctima. Sus palabras lo confirman: “Yo quiero levantarme por mi propio pie, si yo esperara ayuda del Gobierno o que alguien venga y me resuelva los problemas, eso me convertiría en una víctima”.

Maki Sato (43) lo perdió todo. El tsunami del 11 de marzo de 2011, ocurrido en la costa norte de Japón, la dejó sin casa. Sin trabajo. Sin madre y sin abuela. Pero ella no se ve como una víctima. Sus palabras lo confirman: “Yo quiero levantarme por mi propio pie, si yo esperara ayuda del Gobierno o que alguien venga y me resuelva los problemas, eso me convertiría en una víctima”.4 columas especial Domingo

Eso lo dice desde el lugar donde un día estuvo su casa. El día del terremoto y posterior tsunami, Sato lo recuerda claramente.

Eran las 2:46 p.m. y ella se encontraba en su trabajo, en el supermercado local en el poblado de Ogatsu, departamento de Miyagi. Al sentir el movimiento, Sato se refugió debajo del mostrador donde atendía a los compradores. “El terremoto se sintió como si metieras muñecas en una caja y las movieras”, describió Sato.

Tras el terremoto, ella recordó que en su pueblo ya habían vivido un tsunami en 1960 que ocurrió tras un terremoto en Chile, por eso estaba consiente de que “tras un terremoto, luego viene el tsunami”.

Inmediatamente corrió al estacionamiento a buscar su vehículo. Sentada frente al volante, Sato recordó que su abuela se encontraba hospitalizada y que su madre la estaba cuidando. El hospital estaba ubicado a un kilómetro del supermercado. También a un kilómetro —pero en la dirección contraria— estaba la escuela donde estudiaban sus dos hijos. Finalmente decidió buscar primero a sus niños.

Al llegar al colegio, los hijos de Sato ya se habían ido con su abuelo paterno. Sin embargo, a ella le preocupó encontrar a todos los niños concentrados en el patio de la escuela y a las maestras sin hacer nada, por lo que les ordenó que se evacuaran con los niños hacia las colinas. Gracias a su insistencia, ningún niño de la escuela formó parte de la lista de 171 muertos y 71 desaparecidos que tuvo el poblado.

A Sato se le llenan de lágrimas los ojos cuando recuerda que mientras ella subía hacia las colinas, la primera ola golpeó el pueblo. “Estábamos tan aliviados porque pudimos tomar abrigo en lo alto de la colina. Cuando volteé, vi los carros flotando y las casas inundadas, era un sonido muy fuerte, ese día estaba nevando y hacía mucho frío”.

Al día siguiente —cuando se reencontró con su padre— se enteró que su madre y abuela estaban muertas y debían buscar los cuerpos. Dos días después los encontraron.

Historias similares vivieron miles de japoneses de toda la región de Tohoku, donde las olas de hasta veinte metros de altura entraron en unos diez kilómetros de tierra firme y arrasaron con todo a su paso.

Ese fue el Gran Terremoto del Este de Japón, ocurrido en 2011 y en el que murieron más de 15,800 personas; hubo más de 6 mil heridos y más de 2,600 desaparecidos.

Los daños económicos por el sismo —al que le siguió un tsunami— se calcularon en 16.9 trillones de yenes (165 mil billones de dólares).

Cuatro años después, los daños económicos persisten. En el caso de Sato, ella y su familia tuvieron que mudarse a la ciudad Ishinomaki, a treinta kilómetros de Ogatsu. Ahí vive en una casa alquilada, que forma parte de las viviendas temporales construidas para los afectados. La tierra donde estaba su casa fue comprada por el Estado “muy barata”, según ella, y actualmente el Gobierno japonés trabaja en la zona que ahora parece un conjunto de baldíos y no un pueblo como lo era antes del desastre.

En la imagen, los restos del edificio  que funcionaba como Alcaldía de Minamisanriku y donde también se encontraba la oficina de prevención y atención de desastres.  LA PRENSA/ R. ÁLVAREZ
En la imagen, los restos del edificio que funcionaba como Alcaldía de Minamisanriku y donde también se encontraba la oficina de prevención y atención de desastres. LA PRENSA/ R. ÁLVAREZ
PROYECTOS PARA NO REPETIR LA HISTORIA EN NICARAGUA

En Nicaragua, el único tsunami conocido ocurrió el 1 de septiembre de 1992 a eso de 8:00 p.m., en las costas de Masachapa en el Pacífico del país y dejó más de 170 personas muertas, además de daños en infraestructura.

En ese entonces, según detalla el Instituto Nicaragüense de Estudios Territoriales en su página web, “todavía no existía la red sísmica de Ineter, las únicas dos estaciones sísmicas existentes detectaron el terremoto. Tampoco existía un sistema de alerta”.

22 años después, Nicaragua cuenta con una red sísmica y un protocolo de acción en caso de tsunami. Además, Defensa Civil ha trabajado en la instalación de más de sesenta sirenas de alerta en las costas del Pacífico y se han capacitado a las más de setenta comunidades que viven en las zonas costeras.

Sumado a estos esfuerzos, la Agencia Internacional del Cooperación Japonesa (JICA por sus siglas en inglés) desarrollará dos nuevos proyectos relacionados con la prevención ante tsunamis.

JICA iniciará este año la segunda fase del proyecto Bosai (Reducción de Riesgo de Desastre) que tendrá un alcance centroamericano y busca enseñar a las personas de las zonas costeras a tener una respuesta más efectiva ante un posible tsunami.

Asimismo, el proyecto para la instalación de un Centro Regional de Alerta de Tsunami en América Central (Catac), con sede en Nicaragua, también impulsado por JICA, busca mejorar la detección y aviso temprano de posibles tsunamis para la región.

 En el poblado de Ogatsu a 41 kilómetros de Sendai,  vivía Maki Sato con sus dos hijos y su esposo. En la imagen, señala la ubicación de su casa hasta antes del tsunami. Ahora la tierra le pertenece al Estado. LAPRENSA/ R. ÁLVAREZ
En el poblado de Ogatsu a 41 kilómetros de Sendai, vivía Maki Sato con sus dos hijos y su esposo. En la imagen, señala la ubicación de su casa hasta antes del tsunami. Ahora la tierra le pertenece al Estado. LAPRENSA/ R. ÁLVAREZ
REACTIVACIÓN ECONÓMICA LOCAL

En Minamisanriku, una cooperativa de pescadores que lo perdieron todo tras el tsunami, ahora se dedican al cultivo de salmones y ostras. Los más de 150 pescadores del pueblo decidieron aprovechar el cambio en la composición del mar para producir y así buscar como contribuir a reactivar la economía local. La bahía Shizugawa alberga cinco granjas de salmones y otras que abastecen el mercado local. Ahora la meta de los pescadores es continuar creciendo y exportar, además de ayudar al proceso de recuperación que el pueblo vive.

EJEMPLO DE SOLIDARIDAD

En Minamisanriku en el departamento de Miyagi al Norte de la isla principal de Japón, el Gran Terremoto del Este de Japón impactó con olas que alcanzaron hasta veinte metros de altura y destruyeron las barreras levantadas para enfrentar este tipo de fenómenos. No obstante, una estructura aún sigue en pie, el hotel Kanyo, ubicado frente al mar. Casi no sufrió daños, por lo que funcionó como albergue secundario para los afectados durante 174 días. Hasta abril, según narra la dueña del hotel Noriko Abe, recibieron un subsidio de parte del Gobierno para mantener a los damnificados. Minamisanriku es un pueblo que a cuatro años del tsunami trata de levantarse, pero aún se pueden ver a través de las estructuras que quedan en pie, la magnitud del desastre que vivió.

 

Boletin Reportajes Japón Tsunami archivo

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