Vi a otro Román esta tarde (ayer) en la habitación de su apoderado Carlos Blandón, la del hombre desgastado, entrando al punto crítico donde el estómago ruge por comida, la lengua se desespera por el néctar de una galleta o un bollo de pan. El hombre en la cama esperando que lleguen las 12:00 p.m. de hoy, hora del pesaje en el Forum Inglewood. Sin embargo, ahí estaba su apoderado y su entrenador Arnulfo Obando para apoyarlo, levantarle el ánimo y para platicar con nuestra estrella.
Vi otro Román acostado en la cama del hotel, con sus guantes y botas a la espera de ser utilizados. El otro Chocolatito amparado en su espiritualidad, recordando los versículos de la Biblia y recibiendo fortaleza de su creador. Mi inmortalidad proviene de arriba, diría el campeón del mundo, pero está débil para molestarlo y pedirle otra entrevista.
Su mirada lo decía todo; este es el día más difícil, no han sido los tres meses de intensa preparación ni las desveladas mañaneras para salir a correr a El Crucero ni las tardes perdidas enfocado en su burbuja de calentadora que es el gimnasio Róger Deshon ni los llantos que un día soltó cuando Alexis Argüello lo entrenaba para ir en busca de su primer título. Ayer fue el día más doloroso, donde solo podía probar la humedad del agua y escupirla, para mantenerse en las 112 libras.
Román no solo lo hace por él, lo hace por su pueblo, por la motivación de seguir creciendo cuando todos lo ven perfecto. Él cree que debe ser mejor cada día y la imagen de una nación en el mapa mundial deportivo depende de él.
El día de ayer pudo ser más duro que el combate que tendrá con el mexicano Edgar Sosa. Esto no es nuevo, siempre pasa un día antes de cada pelea, luego se transforma en una fiera, recupera su fortaleza y destroza a sus rivales.
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