Es costumbre casi obligada que en los aniversarios de héroes nacionales se alaben o exalten sus glorias. Hacer observaciones que de alguna manera pongan en entredicho la moralidad de sus hazañas no solo se considera impropio, sino causa de indignación. Porque la veneración que se les tributa va normalmente cargada de elementos emocionales o ideológicos intensos, que dificultan el juicio objetivo.
Mas aunque resulte impopular, es de suma importancia no abandonar el tan pregonado espíritu crítico; el hábito de juzgar veraz y racionalmente los hechos, sin dejarse llevar por las versiones oficiales o por nuestras simpatías o antipatías. No hacerlo socava nuestra ética o la indispensable habilidad de distinguir el bien del mal.
En el 120 aniversario del nacimiento de Sandino es legítimo examinar algunas de sus principales acciones; preguntándose, por ejemplo: ¿fue éticamente correcta su decisión de escoger la guerra en lugar de aceptar la paz propuesta en el Espino Negro? ¿Fueron morales los medios que utilizó en su lucha?
Que no suelan formularse estas preguntas, so pretexto que todo fue justo y noble porque Sandino reivindicó la soberanía nacional, es síntoma de la frivolidad ética existente o del desconocimiento de la historia. En 1927, Moncada y los 15 generales de su estado mayor liberal tuvieron que enfrentar un dilema práctico y moral: aceptar elecciones supervigiladas por Estados Unidos, para que el pueblo decidiese a quién darle el poder, o continuar la guerra hasta rendir al gobierno conservador.
La primera opción podía verse como incompatible con la soberanía nacional, por cuanto dejaba como árbitro a un poder extranjero. Pero podía defenderse alegando que las dos fuerzas políticas de la nación delegaban soberanamente la función supervisora a foráneos, conscientes de que ninguna autoridad nacional sería imparcial ante el faccionalismo reinante. La segunda opción podía defenderse como heroica o digna, pero también objetarse desde el punto de vista humanitario, en cuanto continuaría multiplicando los horrores de una guerra que ya había devastado el país y que no tenía posibilidades de terminar bien.
¿Cuál era la opción más ética o acorde al bien común? Moncada, y todos sus generales, con la excepción de Sandino, así como y el gobierno conservador, creyeron mejor resolver el conflicto a través del voto, el cual, dicho sea de paso, llevaría al poder a los liberales sin necesidad de más sangre. Sandino discrepó pero no por razones de soberanía, sino porque odiaba que el conservador Díaz permaneciera interinamente en el poder. En carta del 24 de mayo dirigida a los norteamericanos decía: “Proponemos como condición sine qua non para deponer nuestras armas que asuma el poder un gobernador militar de los Estados Unidos mientras se realicen las elecciones presidenciales supervigiladas por ellos mismos”. Al no obtener lo demandado Sandino inició su guerrilla enarbolando la causa de la soberanía.
La Conferencia Episcopal, entre muchos otros, trató de disuadirlo, afirmando que la guerra solo prolongaría “una lucha desesperada que, vista imparcialmente, no puede acarrear más que la desgracia de ellos y la desgracia de los nicaragüenses, sobre todo de los infortunados habitantes del teatro de esa sangrienta contienda”.
A varios decenios de distancia podrá discreparse sobre cuál de las opciones fue más razonable o ética. Mas no sobre los métodos de lucha que utilizó Sandino. Actualmente causan estupor los decapitamientos y crueldades del Estado Islámico. Las tropas de Sandino hacían algo similar. Es una realidad documentada que no debemos ignorar pero sí desterrar. Para ello habrá que cultivar el hábito de hacer historia no con el objetivo de glorificar mitos, o excusar lo abominable, sino como servicio a la verdad.
El autor es sociólogo y fue ministro de educación.
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