Carlos Alberto Montaner, uno de los escritores latinoamericanos más lúcidos, teme a las personas de convicciones fuertes. “Quien no duda”, advierte, “es un ser muy peligroso. Puede matar sin que le tiemble el pulso. Como los yihadistas”. En respaldo de su tesis menciona casos de crímenes y tropelías cometidas por individuos seguros de sus creencias. Entre ellos cita religiosos como Moisés, Constantino e Inocente III. También ateos, como los comunistas contemporáneos, incluyendo a Hoxa de Albania y Castro de Cuba. Su conclusión, entonces, expuesta en su reciente artículo “Elogio de la Incertidumbre” es que “solo la incertidumbre nos hace flexibles y aceptantes”.
Casi siempre coincido con las tesis de Montaner, amigo por quien profeso una gran estima, pero esta vez me parece que solo ve un aspecto de la ecuación o del problema. Algo que deja al lado, para comenzar, son los innumerables casos de personas con grandes certezas que lejos de ser peligrosas han prestado grandes servicios a la humanidad; como Madre Teresa en Calcuta o el padre Damián en Molokai, y junto con ellos la legión de religiosos que a través de los siglos han quemado heroicamente sus vidas atendiendo a los menesterosos en hospitales, escuelas y asilos. A nivel político tenemos también casos como el de Gandhi y Luther King, hombres cuyas profundas convicciones les llevaron a jugarse la vida practicando la resistencia pacífica.
Evidentemente hay convicciones letales, como el marxismo o el Islam, que necesariamente empujan a sus creyentes al homicidio, pero hay otras cuyo cuerpo doctrinal empujan a la caridad, como el cristianismo, o a la tolerancia, como el liberalismo. ¿Cómo explicar entonces los crímenes cometidos por algunos de sus seguidores; que devotos de la cruz hayan utilizado la hoguera y devotos de la “Liberté y Fraternité” la guillotina?
Aquí llegamos a otro aspecto del problema, y es que la conducta del hombre no se explica solamente por sus convicciones. La ambición, el egoísmo, la intolerancia y la violencia, habitan en diverso grado en todos los humanos y hacen que muchas veces estos utilicen o manipulen sus convicciones —o a veces las simulen— para justificar o racionalizar sus impulsos criminales.
La peligrosidad o la conducta homicida que exhiben los cárteles de la droga o las mafias, no son producto necesariamente de fuertes convicciones sino de apetitos desenfrenados y falta de escrúpulos. Incluso podríamos plantearnos si no son más peligrosas las personas carentes de convicciones y también de frenos morales.
Otra enseñanza de la historia, que tampoco podemos soslayar, es el papel que hombres y mujeres de convicción han tenido en impulsar el desarrollo humano y en contener las fuerzas del mal. Para vencer obstáculos y arrostrar graves peligros son necesarias las convicciones fuertes. Colón las tenía. Si hubiese sido un hombre de dudas no se hubiese aventurado en mares desconocidos. Igual hubiese perecido la Europa cristiana ante el Islam sin guerreros como Carlos Martel y el Cid Campeador. Igual hubiese favorecido a Hitler que en lugar de un hombre de convicciones como Churchill, hubiese tenido enfrente al dubitativo de Chamberlain.
Incluso, creo que el credo liberal, la idea de que la tiranía es repugnante y que el ser humano tiene derecho a la libertad, no podría sostenerse en el mundo sin personas que crean sin vacilación alguna en el valor de estos principios. Me atrevo a sostener que Carlos Alberto Montaner es uno de ellos. Empuña con convicción su pluma en defensa de la libertad. Quizás en otras circunstancias hubiese empuñado el fusil; porque hasta donde lo conozco, es un hombre de creencias firmes.
El autor es sociólogo y fue ministro de educación.
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