Han pasado seis años y aún no nos acostumbramos a la ausencia de Alexis Argüello. Quizá es porque en realidad, nunca se ha ido. Su legado es demasiado resplandeciente como para no apreciarlo, a pesar del paso del tiempo.
Hasta la irrupción de Argüello, quien puso a nuestro país en el mapa del deporte mundial, no se había logrado nada de significado. Si hasta celebrábamos año a año una victoria amistosa en futbol. Alexis cambió la historia.
Argüello le enseñó a ganar a los nicaragüenses. Apoyado en un extraordinario talento, afinado en horas incontables de trabajo en el gimnasio, Alexis mostró su boxeo al mundo, emocionó al país y a la vez lo inspiró en la búsqueda de la excelencia.
Pero además, su éxito, trazado con maestría por sus manejadores, cercano a las multitudes por su humildad y respetable ante los críticos por su brillantez, deshizo toda clase de excusas para los atletas nicas de ahora y del futuro. Les abrió el camino.
Su espectacular remontada ante Olivares, sus duelos a muerte ante Escalera, sus faenas épicas ante Mancini y Ganigan, y las batallas memorables ante Pryor, están firmes para pasar con buenas notas, el estricto juicio de la posteridad.
Por su boxeo distinguido, por el fuego de sus entrañas, por la potencia de sus puños y su valentía a toda prueba, Argüello merecía un mejor final, aunque en realidad, su impacto no concluye aún. A su muerte, le ha trascendido su obra escrita en piedra.
Seis años después de su muerte, Argüello está más presente que nunca. Su recuerdo perenne aún nos estremece y su don de gentes, aún lo podemos sentir.
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