“Suicidios”, “accidentes”, “errores”, etc., así son clasificados, mientras las familias dolientes lloran la pérdida de sus seres queridos y los responsables se esconden al amparo del poder que los cobija con la impunidad.
Escuchar el relato desgarrador de la señora Yelka Nohemí Ramírez, sobreviviente de la masacre perpetrada por agentes de la Policía Nacional el día 11 de julio en Las Jagüitas, evidencia que no fue un “error”, sino un horror, el que vivió la familia Reyes Ramírez, enlutada por la tragedia.
El cuerpo de la señora Yelka Ramírez está marcado por la brutalidad de la violencia y el templo sagrado del vientre materno fue irrespetado. No solamente ella fue agredida, también lo fue su bebé en gestación, que no ha nacido pero ya experimentó la fuerza bruta de los que se creen dueños de las vidas de otros. Ya no conocerá a su hermanita Aura Marina Reyes Ramírez, ni a su hermanito Efraín Pérez Ramírez, ni a su tía Katherine Anielka Ramírez Delgadillo, que fueron acribillados a balazos por policías encapuchados. Lo que sí ya conoció, desde dentro del vientre de su madre, es el futuro que le espera en este país gobernado por una cuadrilla de violadores de todos los derechos fundamentales de los seres humanos y donde el Código de la Niñez parece una fábula en manos de los agresores.
El padre Eslaquit, emisario de la pareja presidencial, que llegó al sepelio de las víctimas, en vez de estar diciendo que no hay que politizar la tragedia debería pedirle a su querido amigo Daniel Ortega Saavedra que sus fuerzas de choque dejen de matar y vapulear a ciudadanos inocentes. El teatro mediático de los representantes del gobierno agresor, ya todos lo conocemos: matan a los ciudadanos inocentes y compungidos llegan las delegaciones de serviles a dar el pésame. Es un espectáculo cínico y detestable, y no permiten a la familia doliente vivir su duelo en paz. Una vez pasada la pantomima de la solidaridad, desaparecen para siempre y los deudos de las víctimas quedan a su suerte.
Acompaño en su dolor a la familia Reyes Ramírez y me uno a las voces que claman justicia por ellos y por todos aquellos que han sido víctimas del abuso de poder de quienes nos gobiernan. Repudio la manipulación del comunicado de la Policía Nacional, queriendo excusar su brutalidad, echándole la culpa al señor Milton Reyes por no detenerse ante la presencia de encapuchados vestidos de policías. Lo único que hizo fue proteger a su familia. ¿Quién en su sano juicio se hubiera detenido? Si los ladrones en este país usan todo tipo de disfraces.
Nunca se descubrirá el misterio de los supuestos narcotraficantes que no aparecieron. Testigos oculares aseguran que los agentes de la Policía quisieron colocar evidencia falsa, una balanza y algún tipo de material, en el carro acribillado por “error”, que supuestamente era igual al que usarían los narcotraficantes. El reclamo de la población impidió la maniobra, pero esto evidencia que los policías tenían en la mirilla a los que llegarían, quizás para eliminarlos, y que estaban preparados con la evidencia necesaria para colocarla y que, fueran o no, narcotraficantes, la historia estaría sustentada por dicha evidencia.
En un país donde la cocaína se vuelve talco y las evidencias falsas aparecen por obra y gracia de los que ostentan el poder, ningún ciudadano está seguro, todos estamos expuestos al abuso, la violencia y la injusticia. El que no esté claro de esta realidad es porque vive en la burbuja del poder o del engaño, donde todo parece ser color rosa, hasta que una bala vuelve el color rosa en rojo vivo o púrpura.
La autora es tecnóloga médica.