Libros, recortes y fotos. Están por todas partes. Huele a biblioteca. A papeles viejos. El lugar tiene un toque de caos y uno de orden. En un extremo de la habitación está un póster adherido a la pared: en este aparece el papa Francisco levantando la mano en señal de bendición mientras sonríe tiernamente. Del lado contrario John Lennon posa con los brazos cruzados, el cabello suelto y unas gafas oscuras que cubren su mirada, en un recorte de periódico en blanco y negro pegado con cinta adhesiva. En el centro y sentado frente a su escritorio está el padre José Luis Montoya, perfectamente ubicado entre su amor y su pasión de vida: la Iglesia y la música.
Quien entrara a la oficina sin saber de quién se trata probablemente piense que el lugar está dividido entre dos personas completamente diferentes; pues es tan probable voltear a cualquier lado e identificar la imagen de un santo, como encontrar el póster de un grupo de rock alternativo. Ver un crucifijo o tropezar con un pedestal para micrófonos. Hallar una biblia o un estuche de guitarra.
“¡Asamblea Santa, Asamblea de Dios!”, exclama a cada minuto. Es su expresión de sorpresa. Pero en su cara es difícil distinguirla. Tras unas enormes gafas oscuras esconde sus ojos azules, que apenas deja ver unos cuantos segundos. El sol que ilumina su cabello hace que en la sien resalten unas hilachas blancas y otras cafés, abriéndose paso en su cabellera negra. Con cada expresión aparecen arrugas alrededor de los ojos y las comisuras de la boca. Lleva puesta su chaqueta negra, sotana y botas. Este es Montoya.
Niñez y vocación
Cuando tenía 9 años el pequeño José Luis Montoya salía a hacer las compras de la quincena con su mamá, Aurora del Carmen Martínez, y su papá, José Eugenio Montoya. Recuerda que almacenaban los víveres en una despensa. Entonces, él aprovechaba y de ahí robaba alimentos. “Teníamos de todo. Pero al otro lado de donde nosotros vivíamos había unos chavalitos bien pobres y yo me robaba las bolsitas de café y cosas de la despensa de la casa y a las 5:00 o 6:00 de la tarde me pasaba a regalárselas”, cuenta el padre José Luis, quien asegura que desde pequeño tuvo vocación de servicio y ayuda social. Un día de tantos su mamá lo descubrió robando, entonces le prohibieron salir de la casa como castigo. Sin embargo, siguió tomando los alimentos del hogar. “Me sentaba en la puerta de la casa porque no podía salir y cuando las familias pasaban les tiraba lo que podía”, asegura Montoya.
Creció con el ejemplo del padre Uriel Molina, pues desde pequeño asistió a la iglesia y hoy se jacta de no haber fallado ni un domingo a misa durante su vida. “Cuando estaba pequeño yo jugaba a la misa con mi hermana”, cuenta. “El padre Uriel organizaba fiestas los sábados para recoger fondos para la parroquia y llevaba grupos musicales: yo solo iba para verlos tocar”, narra el cura. A los 12 años descubrió su pasión: la música. Entonces compró su primera guitarra en Masaya y se encerraba en el baño a practicar durante horas.
Fue un joven sobreprotegido. Su mamá no le daba permiso de ir a fiestas o salir con sus amigos. “Una vez me dio permiso para ir a unos 15 años porque llegaron a prestarme tres amigas y me dijo que tenía que llegar a las 8:00 de la noche. ¡Imaginate! ¿Qué fiesta termina a esa hora?”, relata entre risas. De igual forma narra que una vez no aguantó y se escapó de su casa con algunos amigos, fue a la laguna de Tiscapa y la cruzó dos veces nadando.
Pero más tarde llegó su vocación y entró al seminario. Pero fue expulsado de este por primera vez en 1976 por participar y apoyar a los campesinos durante la insurrección. En ese tiempo, estuvo clandestino en un templo, pero logra regresar y continúa sus estudios de Sacerdocio. Más tarde es enviado a Costa Rica a continuar sus estudios de Teología y ahí es expulsado por segunda vez, por “comunista”. “En tercer año, un día yo estaba con mi guitarra tocando en el parque de Costa Rica y alguien me vio, tomó una foto y fue a decir que yo andaba agitando gente, entonces mandaron a un muchacho a mi cuarto para registrar mis libros y encontró a Marx… a Trostky… Yo solo estaba en un proceso de búsqueda, pero no pertenecía a esa doctrina”, cuenta Montoya. Sin embargo, el cardenal Miguel Obando y Bravo le ordena regresar: retoma y finaliza sus estudios sacerdotales. Empezó oficiando misa en parroquias de Ticuantepe, Tipitapa y Bello Horizonte, pero más tarde fue asignado a la parroquia San José Obrero, en la colonia Primero de Mayo, donde ya lleva 25 años.
“A mí me han ofrecido estudios de doctorado en Cuba, pero no quiero dejar mi iglesia”, dice el cura. “Si cuando yo vine, oficiaba misa en la misma mesa en la que el obrero trabajaba… solo estaban las cuatro paredes”, cuenta.
Los “monstruos de Dios”
Gracias a su carisma y originalidad el padre José Luis Montoya ha sido reconocido como un personaje popular en Managua, pues es difícil encontrar a alguien que no haya escuchado hablar sobre el cura rockero.
“Yo probablemente soy un producto accidental de la lógica de Dios. La gente dice que soy loquera, que soy balinera, pero es que esa es la psicología que Dios me dio, no puedo ser hipócrita”, afirma.
Ver artes marciales mixtas. Practicar boxeo. Escuchar y cantar música rock. Jugar futbol. Estudiar. Son algunos de los pasatiempos del padre Montoya. “Los creyentes de agua clara, Iron Butterfly, Los Beatles, The Doors… ¡Claro! Esos son unos monstruos que Dios creó”, afirma el cura. “¿Sabés cuál es buena? Una que dice: if you going to San Francisco… o No pienses en volver atrás, la noche nos envolverá… o la de John Lennon, imagine all the people, living life in peaceeee…”, canta Montoya, cada una con diferentes tonos y ritmos, pero con el mismo entusiasmo con el que la música lo llena desde los 12 años.
Actualmente juega futbol en la Liga de la parroquia, en la que participan, según el, 1,800 jóvenes. Su equipo es el Galaxy Montoya. “La Liga de veteranos la maneja ‘Pistín’, la Sub-20 que la maneja ‘El Chipo’ y la Mayor Libre que la maneja ‘El Chaparro’. No sé como se llaman los majes, pero así les dicen”, cuenta el padre José Luis. Y también cocina. “Preparo una paella española, que cuando les doy a los chavalos dicen que me queda salvaaaaje. Yo hago una sola mescolanza”, dice.
Ya sea en su camioneta del 96, en un Volkswagen negro, en moto, bicicleta, a pie o en ruta el padre Montoya sale de vez en cuando a visitar enfermos y a sus feligreses. En la calle quienes no lo conocen lo ven con cara de sorpresa, él simplemente sonríe y saluda, pues ya se acostumbró a que no calza en el estereotipo y la imagen que se tiene de los sacerdotes.
Su oficina ubicada en la casa cural de la Parroquia San José Obrero da la impresión de que es una especie de centro de operaciones. En una pizarra hay cientos de garabatos en inglés, pues asegura que estudiar es su pasatiempo preferido. Mientras cuenta su vida saca un álbum de fotografías y muestra algunas de su familia, su infancia, sus días de boxeador. “¿Cómo hubieran sido mis chavalitos? Bien bonitos ¿verdad?… Pero bueno, Dios me quiso aquí”, dice, mientras de su rostro surge una sonrisa de ternura y agradecimiento.
El padre Montoya
José Luis Montoya Martínez nació el 7 de enero de 1953 en Managua, Nicaragua.
Estudió Sociología en la Universidad Centroamericana y una maestría en Pedagogía en la Escuela Cubana Martha Abreu de las Villas.
Tiene 25 años de ser párroco de la iglesia San José Obrero en la colonia Primero de Mayo.
Ver en la versión impresa las paginas: 14 ,15