Impresionante y triste la masacre de Las Jagüitas. Un hecho sobre el que se ha escrito ampliamente y no solo deja al desnudo la tragedia de la familia víctima sino el cinismo, la burla, la soberbia y el desprecio que siente la pareja presidencial por los ciudadanos.
Y digo la pareja presidencial porque son ellos los que mandan. Eso todos lo sabemos. Si ellos hubieran querido que esa tragedia —que no fue una imprudencia sino un asesinato— se aclarara y todos los responsables respondieran ante la justicia y pagaran por su crimen como lo indica la Ley, eso sin duda hubiera sucedido.
Pero no, decidieron proteger a la Policía, un cuerpo que se ha convertido en su brazo armado y su cómplice. Los muertos inocentes, el sufrimiento impensable y el horror que queda de las vidas destruidas de los sobrevivientes no vale nada para la pareja presidencial. Eso queda demostrado.
Pero lo que no se sabe, y nunca se sabrá, es una larga lista de signos de interrogación.
No se sabe por ejemplo qué hacía en realidad esa fuerza policial armada y preparada para un combate de grandes magnitudes a lo largo de casi un kilómetro de camino sin iluminación.
Los apologistas del crimen y serviles del régimen dicen que era un operativo antidrogas, pero no se sabe y nunca se sabrá por qué en ese operativo no había oficiales antidrogras ni por qué los que dirigían la operación eran oficiales de la Dirección de Operaciones Especiales como reveló LA PRENSA con documentos de la misma Policía.
No se sabe y nunca se sabrá quién en realidad estaba a cargo de semejante operación. Pues no es algo que organizaría un capitán como el que se declaró culpable ni un subcomisionado. En esto ha quedado en el limbo la responsabilidad de altos mandos policiales, protegidos por el contubernio y la simbiosis que tienen con la familia presidencial.
No se sabe y nunca se sabrá quién era el supuesto narco que estaban esperando o qué cargamento iban a interceptar. No lo han dicho ni lo dirán; pero queda claro que en el carrito de la familia Reyes Ramírez no se podría transportar un cargamento de droga que ameritara semejante operativo, y tampoco que en un vehículo de esas características un narco de alto vuelo podría ofrecer mayor resistencia.
Tampoco se sabe ni nunca se sabrá por qué ese nutrido grupo de policías, en su gran mayoría, como reveló LA PRENSA, altamente entrenados, de buenas a primeras disparó a matar. Como bien han dicho los sobrevivientes, ese operativo no era para detener a nadie o incautar cargamento, ese operativo pretendía eliminar a alguien. A quién y por qué, nunca se sabrá.
Y nunca se sabrá porque este tipo de situaciones calza perfecto en la política que tiene este gobierno de dejar todo en el misterio.
Ejemplos de esta estrategia abundan. Desde los asesinatos sin sentido ocurridos en el ataque de hace un año contra la caravana que regresaba de celebrar el 19 de julio en la Plaza —hecho en el que nunca se supo quién lo organizó ni por qué— hasta historias tan absurdas como la del meteorito que supuestamente se estrelló cerca del aeropuerto pero que nadie vio aunque casi todo Managua “sintió”.
Caso a caso vamos viendo un patrón. Inocentes mueren, son apresados, personas son desaparecidas y luego resulta que se suicidan en las celdas de mayor seguridad del país y “algo” estalla con suficiente potencia para estremecer los techos de las casas a 20 kilómetros a la redonda pero no deja rastros creíbles. Para nada hay explicación clara y detallada.
Este patrón, esa política de “lo que nunca se sabrá”, solo puede tener un objetivo: dejarle claro a la población que no puede sentirse segura en ningún momento. Que cualquier grupo de encapuchados puede secuestrar a cualquier ciudadano y este aparecer muerto a los días. O que en cualquier carretera o camino de pronto te puede caer una lluvia de balas y los sobrevivientes ni siquiera tendrán el consuelo de saber por qué.
Eso inspira terror. Y da resultado. Esta sociedad está aterrorizada. La prueba es el mismo caso de Las Jagüitas donde hemos observado un horrendo crimen y una burla descarada a las víctimas, pero como sociedad con dificultad se han escuchado débiles murmullos de protesta.
Ya vivimos en un estado de terror.
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