El día más importante en la trayectoria deportiva de Arnoldo Muñoz fue también uno de los angustiantes para el torpedero leonés, que será honrado mañana con su ingreso al Salón de la Fama.
Muñoz, junto a Ariel Delgado y Julio Medina, formó una pared infranqueable en el infield occidental, pero el primero de agosto —igual que hoy— de 1984 en la olimpiada de Los Ángeles su manopla le jugó una mala pasada.
En medio de un duelazo protagonizado por Julio Moya de Nicaragua y Rod Heisler por Canadá, a Arnoldo se le fue entre las piernas una rola de Larry Downe, y Tom Nelson anotó la de la ventaja.
Canadá se fue al frente 3-2 al inicio del inning 12, echando a la basura una estupenda presentación de Moya, que había caminado toda la ruta y de las tres carreras cedidas por él solo una era limpia.
Atrás había quedado también un jonrón de Apolinar Cruz en el segundo inning ante Heisler, a quien le envió la pelota a 395 pies. Y sobre todo la faena de Moya, quien se había lucido desde el box.
Pero frente al relevista Mark Wooden y con Richard Taylor en segunda, Muñoz se sacudió la pena que cargaba encima, con un cuadrangular que hizo vibrar al país y dejó a Canadá en el terreno.
El triunfo 4-3 no solo dio vigencia a la labor de Moya, quien lanzó 12 entradas, sino que permitió a Muñoz dejar una huella indeleble en el beisbol, con uno de los jonrones más emocionantes.
Ese tablazo es el punto culminante en la carrera de Arnoldo, bateador de .268 en su carrera de 21 años, con 70 jonrones, 659 empujadas y 1,258 hits. Fildeador sin alardes, pero seguro en el short.
Su jonrón, descrito con la maestría de Julio Jarquín, es agradable recuerdo atesorado en la memoria popular.
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