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Ulises Huete Maltés

Friedrich Hayek

Cuatro años antes de ser galardonado con el Nobel de Economía, este brillante pensador austriaco pronunció un ensayo sobre el llamado constructivismo. Esto se dio en la bienvenida como profesor visitante en la Universidad París-Lodron, de Salzburgo, en 1970.

Como lo señaló el propio Hayek, el ensayo estaba destinado a ajustar cuentas con uno de los errores científicos más extendidos, provenientes del racionalismo cartesiano (René Descartes) cuyo principal exponente es Voltaire; así como Rousseau, pues bajo sus influjos distintos pensadores de esta época tendían a representar las formaciones sociales, no solo como un producto deliberado de la voluntad humana, sino además, como una construcción o tejido que el individuo y las ciencias pueden moldear o modificar a su antojo. Esta suerte de voluntarismo utilitario ha involucrado al derecho, a la sociología, a la psicología, economía y ciencias políticas.

El pensamiento de Hayek no es, ni mucho menos, una exhortación a dejar las cosas como están, sino su reflexión, entrega, acciones transformadoras de la sociedad que sean factibles y eficaces, e introduce el término “constructivismo” para designar a lo que en el pasado se conoce como “racionalismo”.

La idea básica es que desde hacía cincuenta años antes, había escuchado la falsa premisa de que el hombre, como creador de las instituciones y de la civilización, debe ser él mismo capaz de alterarlas a su voluntad.

En un principio, la consabida frase de que el hombre creó su civilización y sus instituciones, puede parecer inocua y trivial, para significar que el hombre era capaz, porque estaba dotado de razón; se torna cuestionable para Hayek; el hombre carecía de razón antes de la civilización, ambas evolucionaron juntas, nos basta considerar el lenguaje, que hoy día nadie piensa que fue “inventado” por un ser racional; por tanto razón y civilización se desarrollan, en interacción mutua.

Estamos aún, acota Hayek, fácilmente propensos a dar por sentado, que estos fenómenos, que son humanos y preconcebidos, para fines determinados, que les son útiles, lo que Max Weber llamaba Wert-Rationale. En síntesis se nos induce a pensar que la moral, la ley, las artes, y las instituciones sociales, pueden justificarse solo en cuanto correspondan a un propósito preconcebido

La dicotomía misma, entre lo natural y lo artificial, de los antiguos griegos, dominó una disensión de dos mil años, ya que es interpretada como una alternativa excluyente, no solo es ambigua, sino definitivamente falsa, como fue claramente discernido por los filósofos escoceses del siglo XVIII (David Hume, Adam Smith y Adam Ferguson).

Voltaire fue el más grande representante de “la edad de la razón”, contra semejante convicción. El gran crítico del racionalismo, David Hume, solo pudo elaborar lentamente los fundamentos de una teoría verdadera, que sería el resultado de la acción humana pero no de “la concepción humana”. Descartes había enseñado que solo deberíamos creer en lo que se puede probar.

Es suficiente, por el momento, mostrar que esta interpretación constructivista no es en ningún sentido una especulación filosófica, sino una afirmación de hecho.

Hayek llegó a la universidad de Chicago en 1950, La Constitución de la libertad es publicado en 1960, convirtiéndose en el primer libro de su obra, considerado como un clásico tratado sistemático sobre la economía liberal, en la que afirma que el mercado libre es espontáneo, producto de la acción de los hombres, pero no de ningún plan de ellos.

El autor es médico.

Opinión Friedrich Hayek Nobel de economía archivo
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