Era un espejo de mano y de pared, este siempre pernoctaba solo cuando se iba su dueño y por supuesto nadie se veía en él, como que no existía, y quizá tenía razón el pobre espejo, entonces los demás espejos se burlaban irónicamente de él, pero cuando por las noches su dueño a los espejos los guardaban en el mismo cajón estos dormían a pierna suelta satisfechos, ajenos a la preocupación del neurótico dueño, solamente ahí se sentían liberados, cantaban, bailaban, hacían de todo, pero un día un espejo se rompió, los demás se afligieron y se decían unos a los otros ¿y ahora que hacemos?, entonces el espejo antiguo dijo: esperemos que amanezca haber que dice nuestro dueño, ni modo, peguémoslo y esperemos que pasa mañana. Pasó la noche y llegó el mañana, el dueño abrió el cajón de los espejos sacó uno por uno, y al sacar el espejo roto dijo: y a este qué le pasó, seguro por estar relinchando se rompió voy a llevarlo al ¡médico!
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