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Secreto guardado

Parte de la ciudad de León es cruzada por el río Chiquito. Su corriente de agua continúa en su recorrido hacia el mar.

Parte de la ciudad de León es cruzada por el río Chiquito. Su corriente de agua continúa en su recorrido hacia el mar. Ahora está sucio y el color de agua es una mezcla de azul con gris y es pestilente su aroma. Exactamente el día 7 de noviembre del año de 1981 de noche, las aguas del río cambiaron regresando hacia atrás. Fenómeno raro y perturbador que si se hubiese sabido creerían que estaba por llegar el final de los finales. En verdad sucedió. Lo descubrí de pura casualidad.

Acostumbraba en esos entonces el ir a pintar unos cuadros aburridos, realistas donde repetía casi de memoria los colores, el cielo y las sombras. Accidentalmente y en esa ocasión fue cuando se me cayó en el agua mi mejor pincel. Lo miré con asombro hundirse en las aguas; quedándome triste por la pérdida además de su valor. (Como tenía una mujercita que acostumbraba a visitar y vivía al otro lado del río) aproveché para contarle con detalle lo sucedido. También le dije de la dificultad de conseguir otro; en aquellos tiempos todo era difícil y escaso bajo el experimento socialista.

Ya de noche y de regreso a casa, me detuve un rato en uno de esos feos puentes que conectan la ciudad. Miré el río con detenimiento correr. Divisé sombras entre la maleza que se perdían en la distancia. Escuché ruidos de ratas y de los perros ladrando con intensidad en la noche. En contraste, atendí con detenimiento el rumor sonoro del agua que me hizo recordar los buenos momentos del Zen. Pensé en la pérdida.

Rodeándome de optimismo al día siguiente me fui en dirección del río y que seguro daría con el pincel extraviado.

Me bajé del puente y caminé varias yardas sin ningún resultado. Torcí hacia arriba de donde viene la correntada pasé debajo del puente y así caminé buscando de izquierda a derecha en las márgenes. Fue un destello el que me hizo retroceder unos pasos y, allí estaba un objeto brillando como un pedazo de plata tirado sobre una piedra. “¡El pincel!” grité. “No puede ser…” me dije otra vez, “¡que el pincel este aquí!” Alegre regresé a casa. Quedé pensativo y sin perder tiempo amarré una cuerda larga a un taco de madera y lo dejé encima de la mesa.

Al llegar la noche (camino hacia la mujercita) me detuve en el puente tiré el madero —sin que nadie me viese— amarré el cabo de la cuerda en una rama pegada al puente. Le conté todo a ella y me dijo esto: “Sos un ser extraño”. Le dije esto:

“Seré lo que vos querrás, pero el pincel lo encontré río arriba. Será que existe una presa y el río rebalsa tirando las aguas hacia atrás?” Regresé camino a mi casa y sin antes de asegurarme que la cuerda estaba todavía en el lugar dejado. La cuerda estaba tensa y se metía debajo del puente contrario a la corriente. Como no veía muy bien lo que estaba sucediendo. Bajé a toda prisa metí la mano en el agua y para mi estupor sentí que el río corría al revés. “No es posible”, me dije.
Curioso, estupefacto seguí la corriente como un maníaco dispuesto a encontrar la verdad del asunto exponiéndome a ser picado de arañas y de culebras. Caminé varios kilómetros tropezándome con pedruscos y ramas. Estaba fuera del perímetro de la ciudad. Llevaba cargado el miedo. Iba ya mojado y lleno los pantalones de lodo.

De repente me arrepentí de todo este capricho, pero determinado seguí con mi propósito de develar el misterio. Entre de pronto en unos desfiladeros llamados “zanjones” donde cuelgan bejucos y pequeños árboles agarrados de sus paredes.

Parecían estos estar sostenidos desde el cielo. En un intervalo apareció una luna pálida entre las nubes reflejándose encima del agua. En ese instante el ruido aumentó hasta ensordecer. Vi como el agua se metía de succión en un hoyo ancho.
Sudando miedo y pánico puse atención al zumbido que era indescriptible y lanzaba una cacofonía de una música rara jamás escuchada. Sin avisar el sonido cambió y por suerte me retiré a tiempo. Comencé a caminar de prisa hacia abajo. Una correntada fuerte subió encima de mis rodillas. Como pude me agarré de una rama, y entonces una bola de agua de varios metros salió de regreso; yo ya estaba encaramado en el barranco y llegué a una huerta, divisé la ciudad y me dirigí hacia ella.

Guardé ese secreto durante muchos años. Eso sí recuerdo la fecha, 7 de Noviembre del año 1981, de noche, cuando el río Chiquito cambió de curso.

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