14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

El Supremo

Este señor vino al mundo con mucho poder, pero ni lo sabe. Basta pronunciar su nombre, para saber a quién se refieren, como ocurre en el caso de Sócrates y Platón, que no tienen apellidos.

Este señor vino al mundo con mucho poder, pero ni lo sabe. Basta pronunciar su nombre, para saber a quién se refieren, como ocurre en el caso de Sócrates y Platón, que no tienen apellidos. Los súbditos lo llaman Supremo, pero él es más que un semidiós, es Dios, pero sabe disimular su poder sobre los hombres, los animales, las plantas y las cosas. Todo lo que respira o se arrastra en el palacio, alaba al Supremo. En su círculo familiar y político admiten que su poder no es absoluto, porque lo comparte con su consorte. Prácticamente, es un Dios relativo.

En ese estado de relatividad, hace excentricidades, donde la realidad se confunde con el mito o a la inversa. Se alimenta de arañas, serpientes y carne de puercoespín. Todos admiran su olfato político. Su panza da idea de los banquetes, manteles y cerdos invitados. Cuando se llena de gases, casi se escapa de morir; lo ve el doctor y le receta unas píldoras rosaditas y, otras veces, verdecitas, y con eso se calma. Y cuando estornuda, las cortinas del palacio salen volando como palomas asustadas.

Uno de sus placeres es inventar palabras; ponerle nombre a las cosas para que existan o, simplemente, cambiar el nombre de algo ya existente, por el nombre de su madre, hija o abuelos, o por el nombre que se le ocurra en ese momento. No soporta pasar por un cementerio ni ver flores muertas, ni pensar que sus enemigos tienen el poder de convertir a alguien en perro negro, porque sería capaz de mandar a matar a todos los perros negros del mundo. Su mal humor puede desatar una guerra de alta o baja intensidad. Si amanece de buen humor, el pueblo puede cantar después del trabajo. Sin embargo, el Supremo no es mortal. Tiene que morir un día.

La idea de la muerte y la conciencia del poder que se transfiere, le exigen horas de meditación y extenuantes consultas a los altos espíritus; sostiene largas jornadas de planificación y certeza, para que los “chigüines” sean dioses o príncipes como él. Siendo que su gobierno es de este mundo, también puede llegar a su fin, pero nadie sabe cuándo llegará.

 

Cultura El Supremo archivo

Puede interesarte

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí