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A siete décadas del desastre

El 6 y 9 de agosto de este año 2015 se cumplieron setenta años del lanzamiento de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, respectivamente, las que ocasionaron la muerte a más de doscientas mil personas, en uno de los acontecimientos más devastadores en la historia del horror de la humanidad.

El 6 y 9 de agosto de este año 2015 se cumplieron setenta años del lanzamiento de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, respectivamente, las que ocasionaron la muerte a más de doscientas mil personas, en uno de los acontecimientos más devastadores en la historia del horror de la humanidad.

Este hecho que conmocionó al mundo por la destrucción de las vidas humanas y la demolición de las ciudades mencionadas, tuvo un impacto de singular significación por ser esa la primera vez, y hasta el momento la única, en que se hacía uso de esos artefactos mortíferos.

El lanzamiento de la bomba atómica, junto a su trágica secuela en vidas humanas y destrucción, constituía, y constituye, un brutal mensaje a la humanidad entera, en el sentido de que el mayor avance científico y tecnológico, si no va acompañado de principios y valores que formen una ética de la condición humana, puede llegar a ser un instrumento del horror y la demolición.

Además, hay que tener en cuenta, que este hecho espantoso se dio en un contexto siniestro como fue el que produjo la instalación del nazifascismo encabezado por Hitler en Alemania, en el cual se cometieron los crímenes más atroces, invocando la superioridad racial, el odio a los judíos, millones de ellos exterminados por el sistema, y el derecho a conquistar el mundo mediante el uso sin restricción de la fuerza y la barbarie.

La lección que estos hechos nos dejan consiste en hacer ver que no se puede permitir un poder sin límites, pues esto lleva invariablemente a la práctica de todos los excesos y abusos y, además, enseña que no basta el desarrollo material sin una conciencia ética, pues esto conduce también al abuso, la destrucción y el irrespeto a las personas y los grupos sociales.

El desarrollo científico y técnico es una de las creaciones del genio e ingenio humanos y forma parte de lo que es la historia individual y colectiva, pero necesariamente no se debe confundir este progreso material con el progreso del género humano como tal, por lo que se vuelve imprescindible que todo avance tecnológico y todo ejercicio del poder se encuentre ubicado en ese marco de valores y principios que constituye la ética y en ese contexto jurídico y político, que forma el referente institucional necesario para un ejercicio racional y humano del poder.

Lo ocurrido en la Segunda Guerra Mundial con la aparición del poder nazi, por una parte, y la utilización de la bomba atómica, por la otra, nos demuestra la necesidad de referir toda acción política, económica o técnica, a las categorías axiológica fundadas en los valores y principios que deben regir todo comportamiento.

Por ello es necesario tener presente los resultados de tan dolorosas experiencias y cuidar cualquier manifestación de establecimientos de poderes hegemónicos, aunque su expresión sea diferente a aquellas que dieron pie a la Segunda Guerra Mundial.

En el momento actual, la incertidumbre y desesperanza que habitan el corazón humano y la angustia que en algunos casos sepulta la alegría de una humanidad enferma, son productos de una doble mutilación: la del pasado y la del futuro. Se dice hoy que la modernidad ha muerto y que la postmodernidad es el afianzamiento de un presente perpetuo. Los profetas del apocalipsis y los filósofos de la uniformidad universal vienen anunciando el fin de la historia y de su múltiple, compleja y contradictoria trama, para dar paso a un tiempo lineal y homogéneo.

No obstante el derrumbe del nazismo y de la autocracia estalinista, no legitima moralmente como alternativa la instalación de un totalitarismo de mercado. Entre la ambición de las diversas formas de autocracia se encuentra el ser humano víctima de la ambición irrefrenable del poder. El vacío de la existencia se acentúa en la ausencia de justicia, solidaridad y fraternidad.

Albert Camus trató de fundar en el Mito de Sísifo una nueva filosofía para su tiempo de postguerra, azotado por la insensibilidad y la desilusión. No obstante, Camus destierra la esperanza para evitar la desilusión. “Cuando las imágenes de la tierra se aferran demasiado fuertemente al recuerdo, dice, cuando el llamamiento de la dicha se hace demasiado apremiante, sucede que la tristeza surge en el corazón del hombre: es la victoria de la roca, la roca misma”.

Para superar la crisis que hoy padece la humanidad y participar sin degradarnos en los maravillosos avances de la ciencia y la tecnología, es necesaria la recuperación de la ética y del humanismo. La ciencia y la técnica no son un fin en sí, sino un medio y una magnífica opción cuando están al servicio de los más altos valores del ser humano y la sociedad.

El mal radica en la violencia sobre el ser humano concreto de hoy en nombre de la felicidad y justicia de mañana, en el sacrificio de la persona bajo el pretexto de un futuro mejor.

El humanismo esperanzado exige recobrar la unida fracturada entre la vida y la razón y colocar por encima de la utilidad, la eficacia y el beneficio, los valores de solidaridad y fraternidad. Debe buscarse la síntesis entre la razón y la vida, pues como dijo Ortega y Gasset, “la vida sin razón es barbarie y la razón sin vida es bizantinismo”. Se trata, en síntesis, de humanizar la vida y vitalizar las humanidades.

Esto nos lleva a revisar el concepto mismo de desarrollo, el que trasciende de un contenido estrictamente económico a una dimensión ética y social que incluye, además, la participación de todos los sectores, sobre todo los menos favorecidos, en los beneficios materiales, culturales y espirituales de la sociedad.

Ante el recuerdo de fechas tan dolorosas y trágicas, como el setenta aniversario del lanzamiento de la bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, y el inevitable referente a la barbarie del nazismo hitleriano, pero sobre todo, ante las circunstancias específicas del momento actual, cuyas características son diferentes en términos concretos, pero que participan de un común denominador en lo que concierne a la preponderancia de intereses económicos, financieros y materiales por encima de los valores y principios de libertad, justicia, solidaridad y fraternidad, conviene afirmar que este es un momento oportuno para proponer la necesaria síntesis entre vida, razón y ética, para restaurar la unidad fracturada y devolver al hombre y a la mujer su plenitud como seres integrales y, por lo mismo, a la vez racionales e intuitivos.

El autor es jurista y filósofo nicaragüense.

Columna del día bombas atómicas Hiroshima Nagasaki archivo

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COMENTARIOS

  1. Hace 9 años

    Buen articulo pero se le olvido mencionar contundentemente que el perpetrador de esta masacre nuyclear fue el imperio USA el mismo que amenaza con usarla otra vez para seguiir sus intereses mezquinos de dominacion mundial.

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