Camina apresurado, silencioso y cabizbajo en las calles ardientes de León. Va vestido de traje: un saco sucio y roto y un pantalón remendado con el ruedo deshecho; una camisa curtida en polvo que en sus mejores tiempos habrá sido celeste; una corbata floreada perfectamente anudada y un rosario de cuentas negras brillantes con un crucifijo plateado que le cuelga del cuello. En su mano derecha sujeta con fuerza una bolsa de plástico que contiene otras bolsas, un vaso de plástico y botellas de vidrio que suenan mientras el motete se mece hacia adelante y hacia atrás.
Los 75 años que lleva a tuto hacen que camine encorvado y con las piernas tambaleantes. Usa unos zapatos negros, rajados, gastados pero perfectamente lustrados, que han sido testigos de más de diez años de andanzas incansables por las calles de León. “¡Entonces, poeta!” “Don Fernando, un placer verlo”. “Adiós, poeta”, le dicen.
Fernando José Núñez es el nombre del caminante. En sus mejores días fue discípulo de Azarías H. Pallais, amigo de Alfonso Cortés, Carlos Nájar y Antenor Sandino. Luchó junto con Mariano Fiallos Gil por la autonomía de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua. Fundó la biblioteca pública Doctor Santiago Argüello. Fue orador, poeta y un empedernido declamador en plazas públicas.
De su época brillante ya solo quedan recuerdos. “El poeta Núñez”, así es conocido hoy. No tiene hogar. No tiene familia. No tiene adónde ir. No tiene nada, más que la bolsa de plástico llena de cachibaches que suenan mientras él camina. Es un fantasma del pasado.
Aquellos días de juventud
De pronto se voltea a los lados. A veces parece no saber dónde está. Su cabello, que alguna vez fue negro, es una cascada blanca que le baña toda la cabeza, cejas bigote y barba. Sus ojos color celeste reflejan el cansancio de los años. Con la vista perdida ve hacia los lados.
—¿De qué estaba hablando? —pregunta. Y se queda pensativo por unos segundos. —¡Ah! De cuando nací.
Fernando José Núñez nació en León el 30 de julio de 1940. Es hijo de doña Lucila Núñez Murillo y don Julio López Yáñez. Estudió la primaria y los tres primeros años de secundaria en el Colegio San Ramón, pero se trasladó al Instituto Nacional de Occidente Máximo Jerez, donde se bachilleró en 1956, a los 16 años. Sin embargo, desde los 10 años empezó a dar clases a los niños que vivían cerca de su casa y aunque las madres insistían en pagarle, él se negaba a aceptar dinero por enseñar. “Una señora me pagaba con cajetas de zapoyol y de leche”, recuerda. “Para ese entonces ya andaba acompañando al muy ilustre poeta padre Azarías H. Pallais, cuenta. Lo conoció en la casa de sus padres.
Desde pequeño su mamá fue su guía y ejemplo. “Él resalta el amor que tiene por su mamá. Tenía una excelente comunicación con ella, pues fue padre y madre para él”, explica Edmundo Icaza Mendoza, poeta y periodista leonés, en un discurso que pronunció durante el homenaje que se le realizó a Fernando Núñez en la Alianza Francesa de León.
“Mi mamita me explicaba las cosas de la vida, del crecimiento, del desarrollo ¡Era increíble! Mi maestra, mi amiga y mi madre”, dijo entonces Núñez al poeta Icaza, con quien ha sido amigo por más de cincuenta años. Icaza expresa que “la comunicación que tuvo con su madre fue igual que la que tuvo con el padre Pallais. Le hacía las mismas preguntas que a ella y esto lo unió más al sacerdote”.
Fernando empezó a relacionarse con el poeta y sacerdote a los 5 años, cuando este llegaba a su casa ubicada en la esquina opuesta al antiguo mercadito de Zaragoza.
Todos los lunes iba a visitar a su abuelo don Jacinto Núñez Prado. El pequeño Fernando se entusiasmó. “Ya era muy vivo, muy locuaz. Quería conocer todo. Y entonces me pegué con el padre Pallais. Vi las grandes cualidades del padre de él y lo seguí en todo, hasta sus modales y costumbres. Él era un santo”, recuerda.
En 1954 falleció Azarías H. Pallais y Fernando fue escogido para decir el discurso de pésame en los funerales del poeta entre todo el conglomerado estudiantil.
Poco después, en 1957, junto al doctor Mariano Fiallos Gil, participó en la Jornada por la Autonomía Universitaria.
Fue entonces cuando Edmundo Icaza empezó a escuchar el nombre de Fernando Núñez. “En agosto 1959 en un noticiero de un radioperiódico escuché un flash de última hora, que indicaba que Núñez junto con Jaime Gabuardi Lacayo se habían asilado en la Embajada de Argentina”, relata Icaza.
Fue poco después de la masacre estudiantil ocurrida el 23 de julio 1959 que Núñez se fue a Argentina como exiliado, estuvo allá 11 meses y luego dos años en El Salvador, porque “la lucha por la autonomía más que todo fue una lucha contra la dictadura de Somoza y en ese entonces ya había cursado mis cinco años de secundaria y me andaba persiguiendo la Guardia”, afirma Núñez.
Pensativo otra vez, como intentando recordar algo dice de repente: “¡Heriberto! Yo estuve al mando de Heriberto Reyes cuando estuve luchando contra la dictadura de Somoza en la montaña. También estuve luchando junto con Julio Alonso Leclaire, en Matagalpa”.
“Fue allá por 1961. En esa época ya estaban naciendo los primeros miembros del Frente Sandinista de Liberación Nacional”, cuenta el poeta Núñez.
En algunos momentos es como si viviera otra vez en el pasado. “Yo pude haber sido miembro fundador del Frente, pero andaba en otros rollos. Mi interés era la cultura”, expresa.
La cultura y su vida
Cuando estuvo en San Salvador, entonces, conoció al político Jorge Schafik Handal y este le encomendó una especie de misión. “A vos te toca una labor cultural, intelectual, ciudadana y cívica. Ve a tu querido León y contribuye al desarrollo de la cultura de tu pueblo”, le dijo, según cuenta el poeta.
En 1962 entonces estuvo de regreso en León y fue cuando Edmundo Icaza volvió a escuchar el nombre de Fernando Núñez.
“En julio de 1962 me di cuenta que junto con otros poetas de León, incluyendo a Antenor Sandino, había fundado la biblioteca pública Santiago Argüello”, comenta Icaza.
“La poesía me nació como cuando las flores nacen en diciembre. Yo desde pequeño fui un niño brillante”, expresa Núñez, quien hizo varios intentos por publicar libros de poesía, pero no tenía los recursos económicos necesarios para hacerlo. Entonces se dedicó a apoyar a la juventud, que en ese momento tenía los mismos sueños que él.
Desde pequeño vio a Alfonso Cortés encadenado a la ventana de su casa en una especie de silla de barbero, leía su poesía y lo admiraba.
Fue discípulo del padre Pallais y además compañero de Antenor Sandino. Cada vez que podía organizaba actos culturales en los que, junto con otros bardos, recitaba su poesía.
“Yo he leído El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha unas 16 veces. Y puedo decir de memoria 11 capítulos”, dice con orgullo Núñez.
La primera vez que Edmundo Icaza escuchó al poeta Núñez pronunciando un discurso fue durante las obras fúnebres de Carlos Nájar. Mientras las personas caminaban lentamente por las calles que conducían a la catedral de León “se oyó el trueno de una voz. Un discurso increíble, portentoso. Me impresionó la elocuencia con la que expresaba todo. Era pronunciado por un brillante intelectual que venía del exilio a hacer labor cultural. Y por muchos años la ha realizado en este León querido”, relata Icaza Mendoza, mientras se toca la barba larga y blanca, pensativo.
“¿Sabés qué se me había olvidado contarte? Una vez que Juan Pablo II me dio la bendición. Ya te digo cómo va la historia”.
Con Juan Pablo II
Una tarde antes de que el papa San Juan Pablo II llegara a la catedral de León, Fernando Núñez compró pinolillo, cuajada, tortilla y se escondió detrás del Altar Mayor de la Basílica y ahí se quedó toda la noche aguardando.
A la mañana siguiente esperaba con ansias la llegada del pontífice, era el 3 de marzo 1983. Y por fin amaneció.
El ruido de las afueras despertó al poeta. La gente entonces empezó a entrar, pero las altas medidas de seguridad impedían que los feligreses se acercaran a él.
Mientras el papa se dirigía hacia el Altar Mayor el poeta salió a su encuentro y se arrodilló ante el pontífice, quien lo vio “con una sonrisa seca”, hizo la señal de la cruz “y así recibí la bendición del pontífice”, recuerda Núñez.
En el olvido
—¿Por qué vive en las calles?
—No me recordés mis desgracias. No quiero hablar de eso —dice, mientras se oculta la cara entre las manos.
—¿Y la casa de su mamá?
No quiere hablar. Ahora tiene los ojos llorosos y pequeños.
Hace más de diez años que la mamá de Fernando Núñez falleció. Como él era hijo del segundo matrimonio de ella, su hermano mayor le quitó la casa y él quedó en la calle. La biblioteca fue cerrada por falta de recursos y ya no tenía dónde ir.
Desde entonces, Núñez habita en las calles de León.
Come en diferentes restaurantes, cafeterías o incluso en la casa de algunos amigos que de vez en cuando le ofrecen comida.
Duerme donde puede, “donde la noche le agarra”.
“Cuando ya veo que es muy tarde me voy al hospital (Hospital Escuela Oscar Danilo Rosales Argüello), y ahí duermo en las aceras. Ya me conocen ahí”, comenta con vergüenza el poeta.
El 1 de junio de 2012 en el homenaje que le hicieron en la Alianza Francesa de León, como representante del Instituto Nicaragüense de Cultura, Salvador Alarcón Lindo se llevó sus papeles y su información para solicitar una pensión a la Asamblea Nacional.
“Pero todavía nada. Ya han pasado tres años”, explica el poeta Edmundo Icaza.
“Es lamentable. Desde que murió su mamacita le ha salido todo mal. Es el hombre que no tiene casa, que no tiene hogar; no tiene un lugar donde pernoctar un agradable sueño. Él está donde el amigo lo recibe. Él va donde se le permite y se le acepta”, se lamenta el poeta.
—Ya me voy —dice Fernando.
—¿Dónde va?
—Para allá. Señala a la izquierda.
—O para allá, dice, mientras voltea a la derecha.
—No importa. No tengo dónde ir —sonríe y sigue caminando.
EL POETA
Fernando José Núñez nació el 30 de julio de 1940.
Es poeta, orador y fue promotor de la cultura en León. Tiene dos hijos en El Salvador pero no se relaciona con ellos.
En Nicaragua asegura que no tiene familia.
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