A sus 34 años y con cuatro hijos no se supone que Roger Federer debería estar revolucionando su arsenal tenístico.
Durante sus partidos en el Masters de Cincinnati, torneo que ganó por séptima vez, el suizo devolvía el servicio adelantándose hasta más de un metro de la línea de saque. El recurso asombró a sus rivales, incluyendo a varios de los mejores sacadores, como Kevin Anderson y Feliciano López.
“¡Estás volando por toda la pista!”, le dijo López tras perder en los cuartos de final. Según Federer, la idea surgió como una broma en un entrenamiento. Pero la ejecución fue cosa seria, y ante todo audaz.
En una era en la que jugar desde el fondo es la norma, el campeón de 17 Grand Slams tiene el descaro para tomar riesgos. Lo primero es desconcertar al oponente y lo otro es minimizar los peloteos largos.
Pero al ponerse en marcha hoy lunes el Abierto de Estados Unidos, la gran incógnita es si Federer redoblará la apuesta. También si su caudal de experiencia y despliegue físico le alcanzarán para hilvanar siete victorias seguidas en Flushing Meadows, y conquistar su primer título de Grand Slam desde que se proclamó campeón de Wimbledon 2012.
A diferencia de Cincinnati, los partidos en el US Open son al mejor de cinco sets. El calor y la humedad se convierten en factores ineludibles, de hecho para los primeros cuatro días pronostican temperaturas a 32 grados centígrados (90 F).
El segundo preclasificado trató de atemperar las expectativas al recordar que no alcanza la final en Nueva York desde 2009, cuando perdió ante el argentino Juan Martín del Potro. Federer debutará mañana contra Leonardo Mayer, un argentino que por un mero escaño no entró en la preclasificación del último Slam.
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