La semana pasada se difundió la información de que en la última encuesta de CID-Gallup, doña Rosario Murillo y su esposo, el dictador Daniel Ortega, son los personajes públicos más populares de Nicaragua.
Pero no hay nada nuevo en este dato. Esto se viene repitiendo desde que Ortega retomó el poder a principios de 2007 y comenzó a aplicar sus políticas populistas, a concentrar todos los poderes, a avasallar las instituciones democráticas, a acumular una enorme riqueza y a estrujar a la oposición política y la sociedad civil hasta reducirlas a la mínima expresión.
Tal vez lo único novedoso en esta última encuesta de CID-Gallup —que según la ficha técnica fue realizada entre el 1 y el 7 de septiembre corriente, con una muestra de 1,200 encuestados y un margen de confianza de 95 por ciento—, es el dato de que doña Rosario, con el 70 por ciento de opinión favorable, es más querida por el pueblo que su esposo Daniel, quien con el 65 por ciento del cariño popular pasó al segundo lugar que ella ocupaba anteriormente.
Siendo un poco suspicaces, podríamos decir que este dato sobre la superioridad en popularidad de doña Rosario sobre su esposo Daniel, es para ir preparando el ambiente de la eventual candidatura presidencial de la actual primera dama en las elecciones del próximo año. Pero es solo una suposición. Lo más seguro es que Ortega se vuelva a reelegir en el 2016, y que a lo que podría aspirar doña Rosario, a lo sumo, sería a la vicepresidencia.
También los datos sobre los partidos políticos que da la mencionada encuesta, son reiterativos. Según CID-Gallup, el partido gobernante FSLN goza del 57 por ciento de preferencia entre los ciudadanos nicaragüenses, mientras que los principales partidos de oposición, el PLC y el PLI, juntos no alcanzan el 8 por ciento de la simpatía popular. Y por si todo eso fuese poco, la encuestadora informa que el 74 por ciento de las personas que fueron consultadas, estima que el oficialista partido Frente Sandinista es el que ofrece los mejores programas para los jóvenes de Nicaragua.
Puestos tales datos de cara a las elecciones generales del próximo año, Daniel Ortega y su esposa tienen que estar muy contentos. Pero por eso mismo no se entiende por qué teniendo tanto respaldo popular, según las encuestas, no quieren flexibilizar el sistema electoral, no aceptan el diálogo político para el saneamiento del sistema electoral que propuso la Conferencia Episcopal en mayo del año pasado (no aceptan ni siquiera las reformas mínimas que propone la oposición), ni permiten la observación electoral internacional y nacional independiente.
La explicación radica probablemente en que, para el orteguismo, hacer elecciones fraudulentas y espurias es una cuestión de principios. Como el mismo Ortega lo ha proclamado y está grabado en audios y vídeos, él desprecia la democracia representativa que califica como democracia burguesa y le repugnan las elecciones competitivas, aunque la oposición no tenga chance de ganarlas.
Es un axioma que sin elecciones transparentes no hay democracia. Pero Daniel Ortega no es un demócrata. Además, como señalan algunos analistas, Ortega debe tener miedo al güegüensismo político nicaragüense, o sea que la gente dice una cosa en las encuestas pero hace lo contrario en las urnas electorales. Como ocurrió sin duda en las históricas y cruciales elecciones del 25 de febrero de 1990.