Cuando Sandino comenzó la guerra contra la ocupación militar de EE. UU. y las fuerzas nativas que la apoyaban, reclamó en el Manifiesto de San Albino, que emitió el 1 de julio de 1927: “El hombre que de su patria no exige un palmo de tierra para su sepultura, merece ser oído, y no solo ser oído sino también creído”.
Esta expresión de Sandino se puede parafrasear en las circunstancias actuales de Nicaragua, en el sentido de que aquellos ciudadanos que exigen elecciones justas y limpias merecen ser oídos, creídos y que su demanda sea atendida. En realidad, son dignos de admiración esos nicaragüenses que cada miércoles se plantan ante la sede nacional y las departamentales del Consejo Supremo Electoral (CSE), para exigir elecciones transparentes y que los votos de los ciudadanos sean respetados.
Votar para elegir es el acto primordial de la democracia. Es cierto que las elecciones, por sí solas, no son toda la democracia. Pero sin ellas no puede haber gobierno democrático ni respeto a la voluntad de los ciudadanos.
Por la falta de elecciones libres y limpias, en Nicaragua han ocurrido revoluciones, alzamientos armados, asesinatos políticos y otras desgracias que abundan en la trágica historia nacional. Las rebeliones contra la dictadura somocista que eran reprimidas a sangre y fuego, no surgieron porque la gente se moría de hambre. También entonces había pobreza e inequidad —aunque no tanta y tan ofensiva como ahora—, pero quienes se alzaban en armas, organizaban conspiraciones y finalmente fueron apoyados por multitudes, lo hacían porque el somocismo no permitía la alternabilidad en el poder y en vez de organizar elecciones libres hacía farsas electorales.
La dictadura sandinista de los años ochenta empobreció hasta dimensiones agobiantes a la población, pero no fue por eso que fracasó sino porque la gente quería vivir en paz y poder elegir libremente a sus gobernantes. No por casualidad aquella férrea dictadura no terminó por haber sido derrotada militarmente (aunque la guerra contrarrevolucionaria presionó fuertemente a los comandantes sandinistas para que permitieran elecciones competitivas), sino porque fue abatida por los votos en favor de doña Violeta Barrios de Chamorro y la alianza electoral UNO.
Igual que en todas partes, en Nicaragua las elecciones justas y limpias son el punto de partida y la condición indispensable de la democracia, pero además significan la disuasión de la violencia y la garantía de la convivencia pacífica de los nicaragüenses. Por eso no se explica y no se justifica que todavía hoy se siga impidiendo la celebración de elecciones justas y limpias, siendo que la historia nacional, incluso la más reciente, está llena de episodios trágicos, dolorosos y sangrientos causados precisamente por la negación de ese derecho primordial.
Por eso, por muy difícil que sea la lucha por elecciones justas y limpias, y por más que los gobernantes autoritarios se empeñen en negarlas, no se debe desistir de seguir librándola cívicamente, puesto que la única alternativa es la sumisión cobarde o el regreso a la violencia fratricida.