La cultura popular está adicta al narcotráfico. Desde telenovelas hasta corridos, abundan las piezas de entretenimiento que banalizan la violencia y bruñen la reputación de criminales despiadados para hacerlos brillar como héroes. Pero es posible analizar el fenómeno con sobriedad, en el contexto de una pieza de entretenimiento. Así lo demuestra Sicario , un thriller tenso y fascinante, que ilumina las contradicciones éticas de la lucha contra esta manifestación del crimen organizado moderno.
Kate Marcer (Emily Blunt) es una policía reclutada para integrar una fuerza federal en la frontera de EE.UU. con México. Matt Graver (Josh Brolin) es su nuevo jefe, cuya personalidad irónica y estilo desenfadado contrasta con la actitud de su nueva subalterna.
Le acompaña Alejandro (Benicio del Toro), un enigmático civil. Fuera de la esfera de estos tres, vemos a Silvio (Maximiliano Hernández), un policía mexicano, en escenas de concordia doméstica con su hijo y su esposa.
El guion de Taylor Sheridan hilvana los arcos narrativos de estos cuatro personajes, tras un prólogo intenso, escenificado en el asalto a una casa de seguridad de los narcos en Arizona. El episodio sirve para establecer el estilo de la película: espartano, limpio y eficiente. El horror que se revela en las paredes del inmueble basta para graficar los extremos a los cuales los narcotraficantes pueden llegar. Por eso, la película no insiste en dramatizar sus terribles hazañas, usándolas como eventos climáticos, a explotarse para conseguir máximo valor de shock.
El operativo es una historia en sí misma. Podría funcionar como cortometraje. Por su buen desempeño, Kate pasa a integrar el comando jefeado por Graver. Ella se convierte en nuestra doble: a través de sus ojos, nos introducimos en el submundo de la lucha contra el narcotráfico. Estoica y severa, ella es una especie de reserva moral, atónita ante las concesiones que sus colegas hacen, obviando el debido proceso y las leyes. Pero la película no está matriculada con ella. El punto de vista pasa de un personaje a otro, mostrando otras aristas del problema. En el fondo, Sicario es una meditación sobre la dificultad de batallar, dentro de los límites de la legalidad, contra un enemigo que no respeta las leyes.
En tono, Sicario recuerda a Zero Dark Thirty (Katryn Bigellow, 2012), pero sin concederle a sus personajes el bálsamo del patriotismo. El director Denis Villeneuve tiene su propio estilo, económico y reservado. La cámara solo muestra lo necesario, y administra los golpes de efecto con juicio. Usualmente, la ejecución de violencia permanece fuera de cámara. Si acaso, solo vemos sus efectos: cuerpos sin vida colgando de un puente, irreconocibles, lejanos en una toma abierta. En escenas cruciales, Villeneuve mueve su cámara discretamente para dejar fuera de encuadre acciones terribles. Además, infunde una cualidad amenazante en objetos cotidianos: un botellón de agua purificada, una banda de hule.
Trabajando con el virtuoso director de fotografía Roger Deakins, Villeneuve imprime un acabado tosco en sus imágenes. Reduce el esteticismo al mínimo. Sus vistas panorámicas están calcinadas por el sol. Un operativo nocturno alterna imágenes foto-realistas con puntos de vista a través de cámaras de visión nocturna y termales. Como la violencia misma, el efecto desindividualiza a las personas, y reduce la relaciones a términos básicos: figuras anónimas que matan o mueren. Uno puede disentir del punto de vista de Sicario , pero sus virtudes son innegables: dominio expresivo del lenguaje cinematográfico, pericia narrativa y sólidas actuaciones. Blunt es excelente, mostrando su gradual desencanto con el sistema, y Del Toro sube la parada en el desenlace. Sicario es una de las mejores películas del año.