Hace muchas décadas era el “Día de la Raza” y asueto en todos los colegios. Luego se prefirió llamarlo “Día de la Hispanidad”. Más recientemente, en países dominados por la izquierda de inspiración marxista —incluyendo Nicaragua— se le decretó “Día de la Resistencia Indígena”.
No son diferencias triviales. La forma en que las naciones o sociedades conmemoran sus efemérides tiene que ver mucho con su identidad y sus valores. El sentido de pertenencia a una colectividad humana se refuerza celebrando lo que sus miembros tienen en común y estiman. Recordar su herencia, valorar y agradecer el esfuerzo de sus antecesores, contribuye a conservar las tradiciones sin la cual la identidad es imposible, y a estrechar los lazos culturales y anímicos entre quienes la comparten.
Los cambios en la forma de entender el 12 de octubre reflejan la crisis de identidad y la tendencia a la discontinuidad, rupturas y desintegraciones, que han plagado nuestras sociedades. Son, hasta cierto punto, síntoma de colectividades que reniegan o desconocen su pasado y que no están muy ciertas de lo que son ni lo que quieren ser.
“Día de la Raza” celebraba la creación de una identidad nueva, producto de la fusión racial y cultural entre los pueblos indígenas y los españoles. Su actitud era integracionista: buscaba crear una síntesis que incorporara lo positivo de ambos legados. El día de la “Hispanidad” enfatizaba el legado español. Era en cierta forma triunfalista; celebraba la extensión del legado hispano-cristiano, de Iberia al continente americano.
El “Día de la Resistencia Indígena” marcó una interpretación radicalmente distinta: rechazaba rotundamente el legado hispano-cristiano. Junto a Colón habían arribado los opresores y destructores de las culturas aborígenes. Lo único que podía celebrarse era la resistencia que estos habían opuesto a los invasores.
¿Cómo juzgar el valor o validez de tan diversas interpretaciones? ¿Hay algo que celebrar o lamentar el 12 de Octubre y si lo hay qué es? La repuesta depende, en gran medida, de los valores que se busquen exaltar o reforzar. Pero esto debe hacerse respetando la verdad histórica. Nada bueno puede construirse sobre la mentira.
Un hecho de partida, objetivo, real, es que nuestras sociedades no son indígenas ni europeas sino una mezcla de ambas. Aún la población de raza india, mayoritaria en Bolivia y Guatemala, esta bastantemente hispanizada, así como la de raza blanca, predominante en Argentina, está marcada por las peculiaridades que surgieron al retoñar en suelo americano. Rubén Darío lo expresó diciendo: “Soy un hijo de América, soy un nieto de España”. El abrazó con orgullo su mestizaje racial y cultural.
Tanto la interpretación de la “Hispanidad”, al exaltar solo lo español, como la de la “Resistencia Indígena”, al exaltar solo lo indio, desconocen la realidad de la nueva síntesis cultural y llevan a que reneguemos de lo que verdaderamente somos. Con el agravante de que esta última interpretación falsifica la historia: presenta a los indios como víctimas inocentes, ignorando las tropelías y opresiones que desgraciadamente practicaban entre ellos —véase la película Apocalipto— y al ver solo lo negativo de la conquista, ignora los aportes extraordinariamente positivos que trajo la fe cristiana y el universalismo de la cultura occidental; cultura con defectos pero con innegables tesoros.
El 12 de Octubre merece un brindis. Porque es el natalicio de nuestra identidad Hispano-americana —o indo-hispana— y de una herencia con vetas de oro, a veces enlodadas, que nos corresponde a nosotros escarbar, limpiar, y hacer que reluzcan.
El autor es sociólogo y fue ministro de educación. [email protected]