Juego sucio
He escuchado mil veces esta pregunta: ¿por qué Daniel Ortega no permite elecciones libres y transparentes si hoy por hoy las puede ganar de calle y conseguir una legitimidad que por ahora no tiene? Según la última encuesta de M&R casi el ochenta por ciento de la población considera que como gobernante lleva al país por la dirección correcta y casi el sesenta por ciento quiere que se reelija. Desde esos números, repetidos una y otra vez por su maquinaria propagandística, es difícil entender esa obcecación a jugar sucio.
Porqués
¿Por qué sostener al marrullero de Roberto Rivas como presidente del Tribunal Electoral? ¿Por qué no dejar que observadores nacionales e internacionales certifiquen su “aplastante triunfo?” ¿Por qué no permitir que compitan contra él quienes quieran competir? ¿Por qué no comprometerse a publicar los resultados electorales Junta por Junta? ¿Por qué no facilitar la cedulación a todos y dejar de estar complicándosela a quienes considera opositores y facilitándosela a quienes considera de los suyos? Muchos porqués. Todo está en la Ley. No se le pide nada del otro mundo.
Descrédito
El descrédito del actual Tribunal Electoral ya es un hecho que nadie pone en duda. Fíjense que la misma encuesta de M&R, que fue difundida profusamente por la propia doña Rosario Murillo, pregunta que si es importante promover reformas a la Ley Electoral y de esa manera “devolver la credibilidad a los procesos electorales”. Hasta los simpatizantes del FSLN están de acuerdo y casi el setenta por ciento de ellos dice en la encuesta que hay que hacer algo para recuperar “la credibilidad” perdida.
Las razones de Ortega
Entonces, ¿por qué, si puede ganar con juego limpio, prefiere mantener el juego sucio? A mi criterio hay varias razones. Uno, que Ortega no está interesado en ganar “esta” elección, sino en soldarse a perpetuidad al poder. No quiere abrir la puerta cuando está seguro para luego volverla a cerrar cuando no lo esté. Dos, no cree en las elecciones como forma de llegar al poder. Ya lo ha dicho. Si por él fuese, se eliminaría ese engorroso procedimiento. Él se cree predestinado para gobernar. Considera indignante el solo hecho de jugarse el poder con alguien como si él fuese un mortal más. Tres, no olvida 1990. Una vez lo engancharon de que no había forma que perdiera y permitió el juego limpio. Salió mal. Muy mal. No se la juega de nuevo. Para él es mil veces mayor garantía un Roberto Rivas contando los votos que una plaza con cien mil aclamándolo o una encuesta que le diga que el ciento por ciento de los nicaragüenses votaría por él.
Juego limpio
El problema del juego limpio es que estimula ciudadanía, otorga derechos y poderes. En un juego limpio se acabaría la trampa que solo da la alternativa de votar por Ortega o votar por partidos zancudos. En un juego limpio votaría el ciudadano que ahora no lo hace porque siente que su voto no vale nada. En un juego limpio, muchos nicaragüenses dejarían de apostar a Ortega como el seguro caballo ganador por la sencilla razón de que puede perder, algo que hoy por hoy es imposible. Si en un juego los dados están cargados y usted sabe que siempre caerán en 6, ¿a qué número apostaría usted? ¡Al 6, lógicamente! Pero si traen dado correctos y todos los números compiten en igualdad de condiciones, usted ya podrá apostar al número que le guste, que puede ser el mismo 6 o cualquier otro. De eso se trata el juego limpio.
El lado oscuro
Recuperar las elecciones no es un asunto de la oposición. Es un asunto de todos los nicaragüenses, incluyendo a quienes hoy militan en el Frente Sandinista y que en más de un noventa por ciento, según esa misma encuesta, están pidiendo la observación electoral nacional e internacional que ha negado reiteradamente Ortega. Así que si usted es de los que cree que el Gobierno debe ser aquel que la mayoría de los nicaragüenses decida, si es de quienes creen que las votaciones deben ser observadas para que se constate que ganó quien ganó y perdió quien perdió, usted está de este mismo lado, porque de aquel lado están quienes quieren hacer todo en lo oscuro, sin contar los votos. Ahí están los Daniel Ortega, los Roberto Rivas y otros malandrines más. Un diez por ciento de la población solamente, según sus propias encuestas.