Los tiempos pretéritos tuvieron predilección por el comportamiento pasivo, individual, el asesoramiento de la razón. Lo que sobrevivió hasta llegar al presente otoño, está inscrito en el nervio activo y colectivo. Las enseñanzas de los maestros religiosos —no el ungido Francisco Javier Sánchez— nos pintaba a un dios único, dotado de una luenga y blanca barba. Ahora se muestra en diversidad de formas. Con la ausencia en plenitud de la mirada —invisible— te absuelve o te condena. Está en un campamento donde numerosas personas se concentraron en chinamos con el padrinazgo frondoso de los árboles. Se reunieron seguros de convivir con Dios que anuncia que pronto viajarán con Él al paraíso eterno en un rapto glorioso. Él es el padre de Cristo, el hijo sacrificado que engendró a la redención. Por lo tanto ejerce una privilegiada influencia en el cristianismo. Creyentes suyos llevados por los extremos depositan su fe en la ilusión, el sacrificio promovido por la quimera.
Seiscientas personas han confesado no estar estáticas, palmean mil tortillas cotidianas si acaso no se han ido ansiando el vuelo al cielo. Oran y oran en la “tierra santa” puesta en un campo llamado “Mechapa” en una Venecia que imaginariamente está mojada por “el agua bendita”.
El único objetivo —búsqueda suprema— es el retiro del mundo terrenal, la fe corriéndose de la montaña, conscientes de que algún día sonará el clarín de Mateo en 24-28 tocando “es el final”. Ahí se van a encontrar con el Señor sin que les haya dicho en las sagradas escrituras: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. La secta denominada Cuerpo Místico de Cristo acaricia la celeste esperanza de ser aumentada con la incorporación de adeptos susceptibles de compartir la magia del vuelo espectacular.
Existe una radical diferencia entre elevarse entre nubes y poner “los pies en la tierra”. Me resisto a darle crédito con el basamento acaso mundano de que algún día cuaje ese sueño, ni por el impulso de tantos milagros, partos de la fantasía. No ha sido posible conseguir a más simpatizantes por ser escasa la credibilidad de la llegada del “juicio final” con edad ya milenaria más cuando a este se le precisa con una fecha y tiempo determinado. No obstante los profetas han puesto en el correo su profecía atribuida a un pastor encarcelado por la legislación terrestre, dirigido a las víctimas que se han privado de enseres elementales, seguras de encontrar la dura realidad cuando despierten del letargo divino, engañados, estafados, frustrados al comprobar la existencia en la superficie del mundo espinoso donde hay tanto desequilibrio, donde la búsqueda del balance puede ser los más sensato, lo menos doloroso ante la crisis cada vez más creciente de la felicidad
El agotamiento llegará a Venecia, es el precepto de la historia, convertido el lugar en la médula de las pasiones, en la cacofonía más ostensible de la ignorancia. Si no se puede interpretar a las sagradas escrituras mejor abrazar candorosamente el párrafo de un libro infantil o al catecismo de aquella niñez que dibujaba al dios barbudo y majestuoso. El fanatismo es perverso, retorcido, se opone al principio socrático de evitar los extremos. Todo movimiento religioso debería rechazar iniciativas como las del rapto inmortal como las dadas en el campamento donde lo que lo prevalece no es el Espíritu Santo sino la confusión del espíritu.
El autor es periodista.
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