La sentencia “Los maestros son nuestros segundos padres” refleja la sabiduría popular de considerar a los maestros en el mismo nivel de importancia de los padres de familia en la educación del carácter.
Digan lo que digan las diversas teorías sobre los fines de la educación, lo cierto es que ninguna madre, ningún padre quisiera que la educación y el trato que recibe su hija, su hijo en la escuela, le indujera a preferir, por ejemplo, el robar que trabajar, el vicio a la virtud, el engaño a la honestidad, la ignorancia a la sabiduría, la vagancia al estudio, la crueldad a la bondad.
De hecho los padres quieren que sus hijos reciban del maestro o maestra, lo mejor que pudiera ofrecer un padre de familia, para formar personas rectas, honorables, emprendedoras y capaces.
Todo maestro o maestra, sea cual sea la materia que enseñe es un segundo padre, una segunda madre, que educa en principios y valores morales, con sus palabras, sus actos, su ejemplo personal, sus lecciones y su vida personal.
Los actos de crueldad contra los niños y niñas, de discriminación y favoritismo, de irrespeto a la dignidad humana y agresión sexual, constituyen la antítesis de la educación. Afectan el sano desarrollo de la personalidad y generan daños profundos en los sentimientos de autoestima y salud emocional de los niños y niñas, especialmente en los más pequeños, que por su corta edad son psicológicamente los más vulnerables.
Que los maestros se conduzcan como buenos padres es, en nuestra realidad educativa, una necesidad de primer orden. Desde esa perspectiva he elaborado, a modo de diálogo, las siguientes recomendaciones para el maestro nicaragüense:
1. No demuestre favoritismo, privilegios, excesos de confianza, discriminación, ni rechazo alguno. Trate a todos sus discípulos con respeto y cariño.
2. Predique con su ejemplo de persona recta e intachable
3. Practique las reglas básicas de la cortesía. Salude al entrar al aula, escuche con interés lo que dice el alumno, emplee un tono de voz agradable, sin gritos, sin ofensas, sin amenazas. Siéntese correctamente; vista discretamente, cuide su higiene y presentación personal.
4. No trate de imponer su criterio a toda costa. Recuerde: es más efectivo convencer que vencer.
5. No hiera al alumno, evite el sarcasmo, el ridiculizar. Reprima su mal carácter. Recuerde: Los alumnos no tienen la culpa de los problemas del maestro.
6. Analice con sus alumnos problemas de conducta que se presentan en la escuela y en la comunidad. Más importante que la simple transmisión de conocimientos es que sus alumnos aprendan a diferenciar el bien del mal, lo correcto de lo incorrecto. Solo un saber crítico crea personas rectas y responsables.
7. No monopolice la clase. De la oportunidad de participar a los alumnos. Haga preguntas y comentarios interesantes que estimulen la discusión.
8. Felicite por el buen desempeño. No escatime el elogio por todo acto digno de alabanza. Haga llamados de atención y críticas constructivas cuando fuere necesario.
9. Evite el castigo corporal y toda forma de agresión moral, como recursos disciplinarios. Busque las causas de la indisciplina. Su origen puede estar en el ambiente familiar, en la influencia de amigos, en problemas personales del alumno, o en el maestro mismo, en su persona y métodos inapropiados de enseñanza.
10. Las reuniones con los padres de familia, las clases participativas, las tareas ajustadas a los intereses y capacidades de los niños, la educación en valores, la discusión sobre normas disciplinarias con los padres de familia, entre otros recursos, contribuyen a la buena conducta y buen desempeño de los niños y las niñas, en la escuela y en la vida.
El autor es Psicólogo, Doctor Honoris Causa de la UNAN-Managua y Orden Mariano Fiallos Gil, del Consejo Nacional de Universidades.